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Fernando VII: de “El Deseado” a “El felón” en un solo reino

Mientras Argentina se independizaba y formaba su gobierno, en España la corona volvió a manos del heredero Borbón que tras varios matrimonios pudo tener herederas y derogó al ley sálica

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

24 de Mayo de 2020 | 05:07
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Festejamos mañana la gran fecha patria y recordamos a los integrantes de la Primera Junta que, cansados de la indiferencia de la Madre Patria, más interesada en arreglar sus entuertos que en la prosperidad de sus colonias, decidieron emanciparse. Veremos en los balcones los colores celeste y blanco. Como el cielo, sí. Pero también como la banda de la Orden de Carlos III, la más importante condecoración de los Borbones y, por lo tanto, los colores que habían identificado a la resistencia rioplatense durante las Invasiones Inglesas. De ellos heredamos los colores y los re significamos hasta hacerlos enteramente nuestros. Es cierto que será este año un homenaje especial ya que nos encuentra unidos, con espacio y tiempo más que suficiente para recapacitar sobre la importancia de la palabra “libertad”. Desde estas páginas continuamos rindiendo tributo a esos hombres al recordar de quiénes y por qué nos independizamos.

Recordamos, el domingo pasado, la cobarde actitud de dos reyes de España, padre e hijo, Carlos y Fernando, que se odiaban uno al otro y que no dudaron en “vender” a España por unos castillos y unas pocas monedas. Y que, a falta de un Borbón como la gente, Napoleón Bonaparte había mandado a su hermano José, quien ya había tenido una importante misión en Roma, a reinar España. Su paso por esas tierras fue anodino. No hizo nada maravillosamente bueno ni nada tremendamente malo. Y su gestión fue tan breve, que ni se molestó en traer consigo a su esposa ni en aprender español. Lo primero le sirvió para variarse a su antojo con damas de toda calaña y lo segundo para ser el hazmerreír del pueblo español que jamás pierde ni el orgullo ni el humor. Así es como lo evocaban en las coplas:

En la plaza hay un cartel
Que nos dice en castellano
Que José, rey italiano,
Viene a España al dosel
Y al leer ese cartel
Dijo una maja a su majo:
Que me cago en esa ley
Porque aquí queremos rey
Que sepa decir ¡Carajo!

Finalmente, para bien o para mal, los borbones volvieron a España. O mejor dicho, Fernando. Porque el ex rey Carlos, la ex reina María Luisa y Manuel Godoy, el amigo y funcionario y valido para todo servicio, siguieron trashumantes de un lado a otro de Europa buscando destinos low cost dados los cada vez más flacos estipendios que iban recibiendo de la corona española. Napoleón, por supuesto, no cumplió con el acuerdo de darles dinero y castillos y la famosa Trinidad en la Tierra, según se autodenominaba la pareja de tres, cada vez se endeudó más.

Pero… ¿Cómo fue que volvió Fernando a España? Después de la desastrosa campaña a Rusia y la alianza que España había hecho con Inglaterra, a Napoleón le quedaban pocas fuerzas para seguir luchando. Y tampoco ganas de seguir bancando a los parásitos borbones. Así que le devolvió el trono a Fernando quien, como si hubiera sido por mérito propio, entró triunfante a Madrid. Corría el año 1813 y el pueblo (el mismo que se había dejado la piel en la lucha) lo recibió exultante. Era, una vez más, el Deseado. Claro que pronto mostró la hilacha y las pocas reformas liberales que había implantado José I, fueron derogadas de un plumazo. Fernando se convirtió en un rey cruel, absolutista y demagógico. El entremezclarse con el pueblo llano en fondas y burdeles y ese cierto aire de campechanía tan borbona, hizo que algunos de los sectores más humildes se mantuvieran fieles al Deseado hasta el final de su reinado. Pero los “afrancesados”, ese grupo deseoso de mayores libertades individuales como las propuestas por José I, se sublevaron y fueron brutalmente reprimidos.

En 1816, mientras se celebraba en Tucumán el acto de la Independencia, Fernando preparaba su segunda boda. Esta vez con su sobrina María Isabel de Braganza. La conocemos, como la “Fea, pobre y portuguesa, chúpate esa”, según las coplas de la época. Hasta Fernando, que no era un Adonis, se espantó al verla. Isabel murió a los dos años de matrimonio, junto a su bebé, de una cesárea mal hecha sin haberle dejado al rey la descendencia tan preciada. Sin embargo su legado fue invalorable.

Isabel descubrió, en una visita al Monasterio de El Escorial, miles de obras de arte que habían atesorado allí los reyes de la casa de Austria que habían reinado en España hasta 1701. También descubrió otras, en su mayoría encargadas por Carlos IV, que José I había almacenado para llevárselas a Francia. Isabel podía ser fea pero no era tonta y estaba muy bien informada. Sabía que los franceses habían destinado el Palacio del Louvre para exhibir las colecciones reales y comenzó a pensar en emularlos. Francisco Goya fue quien le sugirió que un viejo cuartel del ejército, ubicado cerca de El Retiro en plena villa de Madrid, podría servir para ese fin. Así fue como Isabel consiguió el beneplácito y el dinero del rey para instalar allí el Museo Real de Pinturas, hoy Museo del Prado.

A estas alturas poco importaba a los rioplatenses como seguía la vida de Fernando VII. Totalmente independizados de España, la historia argentina se construye con revueltas internas, caudillos, revoluciones y formación de una Nación unida que, hacia fines de siglo se hace fuerte y promisoria. Sin embargo no vamos a dejar a los lectores con la intriga de como fue el derrotero de este rey sabandija.

Dijimos que poco había durado Isabel. Y Fernando, que nunca se había encariñado con ella y que necesitaba un heredero, se casó el 20 de octubre de 1819, pocos meses después de quedar viudo, con la princesa María Josefa Amalia de Sajonia. Tenía ella 16 años y la mayoría de ellos los había pasado en un convento. Él tenía 35 años y la mayoría de ellos los había pasado en un burdel.

En 1816, se firmaba en Tucumán la Independencia y Fernando preparaba su segunda boda

 

Ella era preciosa y Fernando estaba ansioso por consumar el matrimonio. Pero la joven se negó a completar el acto porque estaba convencida de que un algo tan asqueroso no podía estar permitido por Dios y se negaba a creer que fuera algo necesario para engendrar un hijo. Tal fue el susto en la noche de bodas (y en la sucesivas) que en cuanto Fernando se acercaba, ella perdía el control de esfínteres ante un marido estupefacto que, mojado y ofuscado, salía de la alcoba maldiciendo su suerte. Fernando VII recurrió al Vaticano y así logró que los curas convencieran a María Josefa Amalia de que acostarse con el marido era la única de embarazarse. Contra todo pronóstico y siempre con el afán de procrear, el matrimonio le encontró el gustito. Fueron bastante activos y, según dicen, un poco morbosos… al punto de que Fernando la perseguía por todo el palacio, incluso hasta la capilla, mientras ella jugaba a querer y no querer para, al final, consumar allí donde sea y delante de quien fuera.

Pero tanto erotismo no daba como resultado un heredero. La pareja llegó a ir a unas termas que tenían gran efecto sobre mujeres poco fecundas y en las que, además de bañarse en aguas purulentas, sometieron a ellos dos y a su séquito a una dieta espantosa. Fernando, que ya había perdido las esperanzas, exclamó “De este viaje salimos todos preñados menos la reina”. Diez años duró el matrimonio. En 1829 la reina, sin haber concebido nunca, murió.

Fernando ya tenía 45 años, una salud quebrantada y ningún interés de que su hermano Carlos heredara nada y mucho menos la corona. Tenía que casarse ya. Pero las casas europeas no veían con entusiasmo entregar a sus hijas a ese rey feo y achacoso y tan venido a menos como su reino. Así que no le quedó más remedio que buscar esposa entre su familia. María Cristina de Borbón-Dos Sicilias era ya una solterona de 23 años sin muchas esperanzas, así que la propuesta del rey le pareció atractiva. Fernando salió ganando: María Cristina era culta, inteligente, bonita y muy avispada. ¿Cumplió con su cometido? A medias… sus dos embarazos llegaron a buen término y dieron como resultado el nacimiento de dos criaturas sanas, fuertes y preciosas. Claro… ambas fueron niñas, Isabel y Luisa Fernanda. La mayor, hubiera estado destinada a reinar si no fuera porque en España solo podían hacerlo los hombres.

Pero María Cristina no iba a permitir que su cuñado desplazara a su hija del trono y le hizo firmar a Fernando VII, en su lecho de muerte, un decreto que derogaba la ley sálica y establecía que el trono pasaba a Isabel y, hasta la mayoría de edad de su hija, ella quedaba como regente. Con este último acto finalizó, el 29 de septiembre de 1833, la alegre vida y triste obra de Fernando VII que había comenzando como “El Deseado” y pasó a la historia como “El Felón” por las innumerables felonías cometidas para desgracia de su pueblo.

Al volver a la corona, Fernando VII fue un rey cruel, absolutista y demagógico

 

Una vez pasadas las guerras por la independencia y constituida la Nación Argentina se estrecharon vínculos con otros países de Europa pero España siguió siendo la Madre Patria y así fue como el 25 de mayo de 1910, al cumplirse en centenario de la Revolución de Mayo, la invitada de honor para los grandes festejos fue la infanta Isabel de Borbón, nieta mayor de Fernando VII. Se cerró así el círculo con una dinastía tan estrechamente vinculada con los destinos de la América hispana. Y, por si se lo están preguntando, estos borbones son los mismos que reinan hoy España pero, claro, una España democrática y próspera que pudo sobreponerse a sus nefastos líderes.

Cerramos con ese mensaje esta historia. Porque de eso también se trata: de sobreponerse, reinventarse, encontrar el bien común y luchar por un futuro promisorio. Eso alentó a los hombres de Mayo, a los que homenajeamos y tomamos hoy como ejemplo.

 

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