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Nació por error en 1766, tuvo sus años dorados hace un siglo y renació en la pandemia. Aficionados platenses y especialistas hablan de la pasión que les genera y su capacidad para estimular funciones cognitivas
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
Dicen que todo empezó a causa de un error, de esos que terminan siendo afortunados. Pasó el 29 de enero de 1766, cuando un tal John Splisbury, experto en diseñar mapas, recortó en un descuido las fronteras de los países, creando sin querer el primer rompecabezas del mundo. Otros dicen que su idea era que los niños aprendieran geografía, pero lo cierto es que desde 1820 los también llamados “puzles” (en español, con una zola ‘z’) comenzaron a comercializarse como juegos para todas las edades. Si bien es cierto que tuvieron su época de oro entre los años 20 y 30 del siglo pasado, especialistas y aficionados vuelven a reivindicarlos ahora por su capacidad para estimular funciones cognitivas como la percepción, el reconocimiento, la atención, la motivación, la memoria y la coordinación.
Desde 2005, cada 29 de enero se celebra el Día Mundial del Rompecabezas en homenaje a aquel “pifie” de Splisbury, aniversario que resulta una buena ocasión para hablar de este juego que divierte e impone desafíos en el cerebro de cualquier persona.
“La resolución de un rompecabezas implica poner en funcionamiento diversas funciones cognitivas trabajando en paralelo”, explica el médico especialista jerarquizado en Psiquiatría y Psicología Diego Sarasola, entre las que destacan “la atención, la memoria de trabajo, la visuoespacialidad, la planificación y la motricidad fina”.
Agrega el especialista que esas actividades “involucran a todo el funcionamiento cerebral global y desde ese punto de vista son recomendables para cualquier edad. Además, suelen generar cierta calma cuando se las realiza”, razón por la cual muchas personas utilizan los rompecabezas para “relajarse, estar más tranquilas y pensar”.
Es el caso de Mónica Panzoni (61), una emprendedora digital y couch ontológica que los arma para “despejarse”. “Es como una meditación, porque la mente está ocupada solamente en enfocarte y en ver dónde va cada pieza”, por lo cual es “también una manera de ‘correr’ los pensamientos cuando querés tener la mente libre”, argumenta. Mónica descubrió esta pasión cuando trabajó de adolescente en una juguetería que fue emblemática en La Plata y más de una vez tuvo que armarlos para la vidriera.
“Siempre me fascinaron los rompecabezas”, admite, “eran como un hobby, pero después lo dejé y ahora hay momentos en que necesito armarlos y pongo alguno en línea”. Es que hay muchas aplicaciones – gratuitas o pagas- que tienen juegos a disposición, de distinta cantidad de piezas. “Los beneficios son muchísimos”, insiste, “pero el más importante es que ayuda a cultivar la paciencia, la constancia y la concentración”, además de mejorar “la agilidad mental y mantenerla activa, sobre todo para los que somos más grandecitos y nos obliga a prestar mucha atención en imágenes que no tienen diversidad de color”.
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Los hay de plástico, cartón, madera, metal o tela, pero todos los rompecabezas ponen en juego funciones cognitivas y hay “varios trabajos científicos que evidencian beneficios al realizar este tipo de actividad”, confirma Sarasola.
La neurociencia cognitiva, que estudia estos fenómenos, utiliza este tipo de juegos de mesa para estimular o rehabilitar funciones cognitivas en enfermedades neurológicas. “Lo más importante es el trabajo a realizar en la rehabilitación. Trabajamos con pacientes con deterioro cognitivo secundario al alzheimer o a trastornos cerebro vasculares, para estimular y rehabilitar áreas como la planificación, visoespacialidad y motricidad fina”, detalla Sarasola, sin pasar por alto que “combina con lo lúdico, y eso siempre es interesante a la hora de hacer una tarea, porque necesita también un estímulo para sostenerse en el tiempo”.
Por otro lado, se reivindica la utilización de rompecabezas como método de prevención: “Decir que puede prevenir la demencia es una simplificación”, advierte el neuropsiquiatra, “pero sí está científicamente demostrado que las actividades que incluyen la estimulación cognitiva, -y aquí podríamos incluir a los rompecabezas- junto a otro conjunto de medidas más generales, disminuyen el riesgo de la demencia” o enlentecen su evolución.
En la misma línea, el neurocientífico Ricardo Allegri, jefe del Departamento de Neurología Cognitiva de Fleni, declaró recientemente que “la realización de rompecabezas estimula el funcionamiento cognitivo y pone a nuestro cerebro en una situación nueva de desafío que debe resolver”. Esto hace que mejoren “la percepción, el reconocimiento, el sistema semántico, la atención, la planificación general del movimiento y la elección de los actos simples motores para la acción”.
Estos estímulos también actúan al nivel de la “motivación” e incluso se evidenciaron cambios “en las redes de reposo” -fluctuaciones en la actividad cerebral- de quienes arman un rompecabezas, precisó.
Nelly Suárez es una abogada de 83 años que se mantuvo activa hasta hace una década y disfruta ahora de armar rompecabezas, sudokus y palabras cruzadas, no tanto por los beneficios de los que hablan los especialistas, sino por puro placer.
“Cuanto más difíciles sean, más me gustan”, promete, “me paso las horas y me sacan totalmente del mundo”. La complejidad del juego es lo que guía la elección de Nelly, que no se fija en la figura, sino en la dificultad que le plantea. “Si no, los armas en un momentito y no tiene gracia”.
La RAE define la palabra rompecabezas como “juego que consiste en componer una determinada figura combinando un cierto número de pedazos de madera o cartón, en cada uno de los cuales hay una parte de la figura”. Pero no habla de lo complicado que puede resultar encajar las piezas de un cielo nublado, un paisaje con colores parecidos o una foto de la noche de Hong Kong, como le pasó a Nelly (y le encantó): “Tenía muchas luces y edificios”.
“Me puedo pasar una tarde poniendo 10 piezas”, confiesa ella, que, como cualquier experto, arranca por los bordes, porque tienen un lado recto. “Se requiere de tiempo, paciencia y un poco de ingenio o intuición”, concluye.
Otra técnica muy utilizada es la de acomodar previamente las piezas por colores. Eso es lo que hace María Balceda, una profesora de educación física que arrancó hace dos años armando un rompecabezas de 500 piezas que tenía guardado (admite que ni siquiera le gustaba el diseño) y no paró más. Ahora ya va por las 1000 piezas y, a diferencia de Nelly, que los elige por la complejidad, a María la pueden los diseños de cuadros famosos, porque una vez que los termina, los pega y enmarca.
“Me gustan las colecciones de (Vincent) van Gogh o de (Leonardo) da Vinci”, remarca, aunque ahora está obsesionada con el puzle de “El Grito”, de Edvard Munch.
Este hobbie tiene dos complicaciones, por lo menos para algunas personas: el sitio de armado, para poder dejarlo y retomarlo sin riesgos de perder piezas, y los costos. Balceda resolvió lo primero comprando una mesa de madera para rompecabezas, que, “encima tiene cajones y eso me permite dividir las fichas por colores o ubicación”.
En cuanto al dinero, si de un puzle de 1000 piezas hablamos, ninguno baja de los 10 mil pesos en tiendas online, aunque siempre está la chance de optar por un juego virtual gratuito o canjear los juegos físicos por otros usados. Por ejemplo, en Facebook hay un grupo que se llama “intercambio de rompecabezas - La Plata”, con 281 miembros.
“Intercambiamos para evitar comprar, que son carísimos”, explican los administradores en su página y recomiendan “intercambiar rompecabezas de la misma cantidad de piezas y marca” y devolverlos “armados en placas”.
El uso de juegos de mesa como los puzles se disparó a nivel mundial durante la pandemia, debido al aislamiento. Fue también por esa época que Alejo Dahl Rocha encaró un emprendimiento que comenzó con dibujos personalizados y mutó a la confección de rompecabezas con fotos.
“Armé una página en Instagram, conseguí un proveedor que los hacía” y desde la primera publicación notó que había allí un nicho muy interesante, que lo impulsó a desarrollar el negocio que con ventas que se dispararon rápidamente. “Originalmente eran de PVC, pero ahora son de madera MDF, y los entregamos en una cajita en la que los clientes pueden grabar una frase”, explica Alejo.
La demanda se dispara en fechas como San Valentín, los días de la Madre o el Padre y en Navidad, con fotos de familias, parejas o mascotas. Con esa imagen ellos ofrecen realizar un rompecabezas de hasta 500 piezas, aunque los más solicitados a los emprendedores de “Tu Puzzle” son los de 70, que “se pueden armar en media hora”, prometen.
Alejo no es fanático de este pasatiempo, aunque sí del producto que lanzaron con su socio Adrián Guarrone: “Un rompecabezas personalizado ayuda a recordar, con lujo de detalles, el momento de la foto que se eligió para hacerlo y revivirlo con cada pieza. Es una experiencia divertida”, se entusiasma. El valor ronda entre los 40 mil y los 70 mil pesos.
Todos los aficionados a este juego coinciden en que el tiempo corre distinto cuando lo practican y que los ayuda de distintas maneras. “Si lo armo de noche tengo que ponerme una alarma, porque no me doy cuenta y se me hace muy tarde”, dice María, quien tiene un hijo chiquito y corre el riesgo de que en un descuido le “secuestre” alguna pieza. “Hace poco terminé de armar uno de 1000 piezas que me llevó dos meses. Y entonces me di cuenta de que me faltaba una”, comentó resignada. En general, le da pena desarmarlos y por eso los enmarca, pero con éste tuvo que hacer una excepción.
Mónica los considera un gran ejercicio para “aprender a manejar las emociones, sobre todo para las personas arrebatadas o con tendencia a enojarse” y un muy buen regalo para los chicos, “para que los ayude en el manejo de la frustración”.
“¿Sabés para qué me sirve?”, pregunta Nelly, sin esperar respuesta: “Para hacer dieta. Como vivo sola, si no estoy ocupada me prendo de la heladera o de las harinas, pero mientras armo un rompecabezas me olvido de todo, incluso de comer. Ayer ni almorcé. Se me hizo de noche, me hice un té y a la cama”.
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