OCURRIÓ EN LA PLATA

El misterio del “crimen de Sabella” y el cuento del service del televisor

A Mario Imas le decían Sabella por su admiración por el entonces 10 albirrojo y hasta su parecido físico. El móvil de su muerte fue un misterio que finalmente se develó

Por HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

Nunca se supo con certeza el motivo de la pelea o lo que “venía de antes” para que esa tarde se trenzaran a golpes y que uno de ellos, viendo que no la estaba pasando bien, la terminara con un mortal cuchillazo. Fue un misterio que costó develar.

Ni los parientes, ni los vecinos, ni los conocidos del barrio supieron dar certezas a la policía. Todos se quedaron con el dictamen de “no se podían ni ver”. Incluso llegaron a decir que el asunto de los perros no había sido para tanto, que ni uno ni otro se hubiese hecho problema por una pelea entre animales. Pero que a los dos eso les vino como anillo al dedo.

En el final del julio de 1986 un crimen en ocasión de riña conmovía al barrio de Villa Elvira pero pegaba fuerte en otros ámbitos de la vida platense puesto que el muerto era una persona conocida y querida.

LAS TROMPADAS DEL BOXEADOR

Le decían Sabella, por su admiración por el entonces 10 de Estudiantes que por ese año ya acordaba regresar a ese club tras su paso por Brasil. Y también porque, tanto en lo físico como en la manera de tratar la pelota, se le parecía bastante más allá de las distancias entre las canchas que transitaba cada uno, claro está.

Mario “Sabella” Imas tenía 37 años cuando Alberto Barrera, de 45, lo atravesó con un cuchillo de cocina que un rato antes había corrido a buscar, viendo que Imas no erraba ninguna de las trompadas que le estaba tirando. La pelea había empezado en el, patio de la casa que compartían en 76 entre 115 y 116 cuando los perros de uno y otro se trenzaron a mordiscones.

Después de la tragedia, con el diario del lunes, aparecieron los informantes. Que no se podían ni ver, que apenas si se hablaban. Para colmo, dijo uno que a Barrera no le interesaba el fútbol así que ni por ahí podía haber siquiera una mínima posibilidad de conexión. Pero estaba claro que algo pasaba.

Un testigo dijo que Barrera, que era albañil, estaba “muy tomado” cuando se produjo la pelea. De haber sido así, la emoción lo puso sobrio rápidamente porque al rato, cuando llegó la policía, negó puntillosamente haber sido el autor del cuchillazo y hasta se despachó con una coartada.

“Sabella” Imas era boxeador amateur. Había hecho algunas peleas en el circuito barrial de aquellos años y se había ganado cierta fama en rings sabatinos como el de Chacarita Platense o el mismísimo Atenas. Repartía pasión entre los guantes y el fútbol y era cara conocida en los torneos barriales que se hacían en “cancha de 11” en el predio del Colegio Nacional.

“Sabella” Imaz era gran animador de los partidos en la cancha del Colegio Nacional

ENTRE LOS PASTIZALES

Cuando se supo de su muerte, desde diferentes rincones de la ciudad llovieron muestras de pesar, cargadas de frases que lo pintaban como buen tipo, manso, gaucho. Donde acaso más se lamentó su muerte fue en el Hipódromo de La Plata donde trabajaba. En sus últimos días Imas estaba a cargo de la organización y cuidado del estacionamiento en la zona del Palco Oficial. Se encargaba de acomodar los autos para evitar taponamientos y en eso también se portaba como un tipo amable y educado.

Cuando llegó al Policlínico ya no había nada que hacer. Había perdido mucha sangre.

Su matador estuvo a punto de zafar. Reconoció haberse peleado con Imas por el asunto de los perros pero juró y perjuró que la cosa terminó ahí. Que viendo que Imas era boxeador decidió retirarse para no seguir recibiendo golpes. Y que después se fue a trabajar y al volver se enteró que a su rival lo habían acuchillado.

Pero lo vendió un vecino que dos días después del crimen, acaso abrumado por la culpa, se animó a contar que había visto a Barrera esconder algo en unos pastizales detrás de la casa.

Y era el cuchillo. Y esa sola evidencia bastó para que Barrera se asustara y terminara confesando.

Pero más allá de reconocer que había sido el autor de la puñalada, Barrera no dijo una palabra más.

La resolución del misterio sobre el motivo de la pelea llegó poco después a partir de un testimonio que causó sorpresa.

Imaz (izquierda) era muy querido en el ambiente del Hipódromo platense

EL MÓVIL MISTERIOSO

Lo dio doña Hilaria Sosa, una mujer de 84 años que desde siempre había cuidado de “Sabella” como si fuese su hijo aunque él toda la vida la hubiese llamado abuela. La mujer contó que Barrera era su concubino, que hacía tiempo que el hombre, pese a los 40 años de edad que los separaban, vivía allí en esa condición.

No fue difícil para los investigadores entender que por ahí caminaba el motivo de la pelea. Sabella Imas no toleraba la convivencia de su abuela con Barrera y éste lo sabía. Era un odio silencioso, de esos que se mastican despacio y no hay forma de tragar.

EL SERVICE FANTASMA

Con historias de delitos a partir de teléfonos pinchados se puede hacer dulce, por ser tantas y variadas. Pero pocas causaron la inquietud y hasta la psicosis del caso del service de televisión. En rigor, siempre se creyó que no se trató de un solo delincuente sino de por los menos otros dos que había conseguido poner en marcha un aceitado mecanismo para quedarse con televisores ajenos.

El cuento del service tuvo numerosas víctimas, al principio silenciosas, pero que a poco de serlo empezaron a hacer ruido. Y ese ruido se hizo charla cotidiana.

Imas no toleraba la convivencia de su abuela con Barrera y éste lo sabía

 

“Llamé al service, vino un muchacho morocho y bajito que me dijo que era la plaqueta. Y me dio dos opciones: o lo arreglaba acá o se lo llevaba al taller”.

La diferencia entre una opción y otra eran 12 ó 48 australes. La comodidad de que el service regresara con el repuesto y se pusiera a trabajar en el domicilio del enfermo, era esa. Todos optaban por la segunda chance. En esos tiempos, era un dinero para tener en cuenta. Y la diferencia también era que cuando el service se llevaba el televisor, no aparecía más.

Los damnificados llamaban entonces al teléfono a donde habían hecho el pedido de reparación. Y la respuesta los dejaba helados.

“No puede ser, señora. Si nosotros todavía no pasamos por su casa”.

UNA VOZ EN EL TELÉFONO

Quedaba claro entonces que alguien se había adelantado el service oficial y se había llevado el aparato.

José M. Villabrille era por entonces secretario de la Sub Comisión de Services Oficiales de la Cámara de Comerciantes de Artículos del Hogar y Afines de La Plata. Desde esa entidad acusaron recibo de lo que estaba pasando y salieron a decir que entre los principales perjudicados por la maniobra estaban dos reconocidos services: Carlos Monastra y Virgilio Daros.

Los robos se producían en las casas de clientes de estos dos especialistas, ajenos a la maniobra.

La investigación policial apuntó de entrada a la hipótesis del entregador. Y buscó entre empleados y allegados, pero no hubo caso. La primera pista apareció como suelen aparecer las primeras pistas cuando ayuda la suerte.

“El teléfono hace un ruido raro”, fue la primera señal que dio una empleada de uno de los services perjudicados.

“Hace como una fritura y un eco”, dijo, cuando se le pidieron más detalles.

La charla quedó ahí, entre otras conversaciones intrascendentes pero con el correr de los días y los ruidos en el teléfono a alguien se le ocurrió consultar a alguien “entendido en el tema”.

Un breve análisis técnico permitió demostrar que alguien había conseguido pinchar los teléfonos de los services y escuchar y anotar los reclamos. Otra opinión técnica fue bastante más moderada aunque a la policía no le cerró. Se dijo que la casualidad había querido que el teléfono del service se ligara con otro. Y así es como los falsos técnicos tomaban nota y pasaban al menos un día antes de la fecha convenida con el cliente. De esa forma conseguían llevarse los televisores.

Las investigaciones no avanzaron mucho más y apenas si se logró establecer que uno de los técnicos era “morocho y bajito” y que se movía en una camioneta F 100 “roja con el techo cremita”.

Mientras duró, el cuento del service hizo bastante daño y quedó en el anecdotario del delito platense.

 

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