La obsesión por el azul y el dolor de muelas en las últimas noches del prófugo más buscado

La obsesión por el azul y el dolor de muelas en las últimas noches del prófugo más buscado
Por Hipólito Sanzone

"No puedo imaginar siquiera que me dé un dolor de muela".

El modo series hizo que muchos la ubiquen como La Patico (forma de decir Patito en Colombia o Venezuela), pero en la vida real fue y para sus íntimos seguirá siendo Tata, la Tata. Fue durante casi dos décadas la esposa de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el hombre-leyenda, ícono mundial de un delito que de manera silenciosa fue desplegando una telaraña que hoy parece imposible de romper y que a esta altura ya ha trascendido el escenario de las bandas y los cárteles para pasar al terreno de la constitución de los Narco-Estados. 

Victoria Eugenia Henao tenía 12 años cuando en 1976 conoció a Escobar, que con 23 se le declaró perdidamente enamorado. Fue su esposa durante 17 años, madre de sus dos hijos y protagonista del Lado B, de la otra historia, de esa increíble vida que le tocó vivir.

JUGARSELA POR EL AZUL

Pablo Escobar tenía una fijación con el color azul. Algo que iba más allá de un simple gusto. Era un color que lo definía, que marcaba su pasado de miseria y su vertiginoso ascenso. El hombre que llegó ofrecer pagar la deuda externa de Colombia, que supo quemar miles de dólares para calefaccionar una casa en medio de una de sus tantas huidas, enfrentó la loca instancia de poseer millones y millones de dólares escondidos y no poder salir a comprar un litro de leche y pan para alimentarse.

En su libro "Mi vida y mi cárcel", La Patico, como la popularizó Netflix, cuenta hasta que punto las obsesiones sobre asuntos mínimos contribuyeron a la caída de su marido. Y una clave que menciona es el color azul.

Ocurrió en los últimos días de 1993, cuando varios ejércitos, entre legales y no tanto, se habían lanzado a la cacería vivo o muerto de Pablo Escobar.

En agosto de ese año, después de haber escapado milagrosamente de una emboscada tendida por Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), un grupo para policial y para militar sostenido económicamente por lo los Cárteles de Cali y otros enemigos de la organización narco de Medellín, Escobar  dejó su escondite una casa del Belén Aguas Frías, en las comunas suroccidentales de la capital de Antioquia y ocupó una nueva guarida en El Poblado, por la ruta Las Palmas, y desde donde Victoria Henao recuerda en su libro que se podía ver "una hermosa vista de Medellín". 

La nueva caleta, como le dicen allá a los escondrijos, sería el último lugar en que Escobar vería a su familia. Pero el encuentro, increíblemente se demoraría una semana y no por causas de seguridad sino porque una cuestión de color.

Cuenta Henao en su libro que Escobar tenía una fijación con el color azul y que por eso mandó a pintar el nuevo escondite. Ya sin todo el batallón de sicarios y colaboradores de otros tiempos, el capo narco tuvo que convocar a un pintor externo. El riesgo que corría era extremo al meter a un extraño en la casa, en momentos en que era el hombre más buscado de la Tierra y había una fortuna de recompensa por su cabeza, puesta o no sobre su cuerpo. La propia Victoria Henao se lo hizo saber: "Pablo, estás loco, cómo hacés eso, por Dios —fue lo único que supe decirle, y él me miró con una risa socarrona".

LOS PINTORES

Mientras duró el trabajo de pintura para que la casa quedara azul, Escobar vivió encerrado en las dependencias del fondo. Entre las leyendas urbanas que se crearon alrededor de su figura, no faltó quien diga que al terminar la tarea el pintor y un ayudante fueron eliminados, por las dudas. 

La obsesión por el azul claro, como estaba pintado el pequeño cuarto de su niñez en El Tablazo y la habitación de la adolescencia en La Paz de Envigado, qué el mismo se encargó de pintar.

Y cuando fue uno de los hombres más ricos del mundo, cuenta Henao, hizo pintar de azul claro más de media hacienda Nápoles y le hizo cambiar el color original a un jeep Nissan Patrol que usaba para recorrer la pequeña selva, con hipopótamos, que se había mandado a crear.

"-También recuerdo que le encantaban los tonos azul claro del cuadro La Marina, pintado por el artista de Yarumal, Antioquia, Francisco Antonio Cano, que yo había comprado y que estuvo expuesto en una de las paredes del edificio Mónaco", afirma Henao en su libro donde refiere al edificio que Los Pepes hicieron volar para tratar de acabar con la vida de Escobar y su familia, atentado del que su hija Manuela salió herida en un oído.

EL PERRO CON PLUMAS

Otra curiosidad de La Casa Azul, como parte de su seguridad tenía un ganso de gran plumaje blanco. El animal era intratable y había que alimentarlo a la distancia. Escobar decía que era más peligroso que un perro.

Si sorprenden detalles de la vida de lujos insólitos, impensados y exagerados que Escobar se dio en sus años de esplendor, también sorprenden algunas cosas que vivió en sus últimos días de prófugo.

Su viuda cuenta que nunca se dormía antes del amanecer porque era el horario en que le tocaba hacer su propia guardia de vigilancia. Es que en sus últimos días apenas pudo contar con la asistencia de una o a los sumo dos personas y estaba obligado a compartir de la tarea de la guardia.

A la obsesión por el color azul, El Patrón del Mal como lo popularizó la serie basada en la obra del escritor Alfonso Salazar, le sumaba la del cuidado de su boca. Pasa horas en el año y dedicaba mucho tiempo a cepillarse y lavarse los dientes no solo después de cualquier comida sino hasta después de beber o fumar.

Justificaba ese cuidado en que un dolor de muelas podía significarle la muerte. Decía que ningún odontólogo podría llegar a su escondite, en aquellos últimos y largos días de 1993.

LAS MUELAS

"No puedo imaginar siquiera que me dé un dolor de muela", decía.

Obligado a estar despierto hasta el amanecer, Escobar salía de la cama mucho después del mediodía. De ahí que su desayuno fuera más que nada, un almuerzo.

"Arroz, huevo frito, carne de res asada, rebanadas fritas de plátano maduro, arepa, ensalada —de remolacha, principalmente, con un poquito de tomate picado, limón y sal—, y un vaso de leche, según él vital para fortalecer los huesos. Aparte de su menú diario, de vez en cuando le encantaba comer pequeñas porciones de arroz con leche, banano, mazamorra y arepa de mote con quesito y mantequilla".

Para controlar el peso, el jefe del alguna poderoso Cartel de Medellín usaba una soguita con la que se medía la barriga, todos los días. En los últimos tramos, cuando acorralado debió enfrentar la soledad, perdió la línea hasta quedar varios kilos por encima de su peso.

A las imágenes de las series narco que muestran esplendorosas piscinas rodeadas de cómodos sillones y coloridos inflables, la clandestinidad le contra puso una realidad nunca contada. 

La Casa Azul, el último escondite que pudo compartir con su familia, no tenía piscina pero sí un  estacionamiento para varios vehículos. Pero nadie lo usaba porque nadie ya visitaba a Escobar. 

DE LA PISCINA A LA MANGUERA

"Dado que los días eran largos y las noches eternas, y como no podíamos salir, nos vimos forzados a inventar un mundo ideal. Por eso, con alguna frecuencia y para aprovechar el sol, nos poníamos el traje de baño y nos bañábamos con una manguera que tenía buena presión".

Otra manía: ni en sus momentos dorados ni en la caída permitió que lo asistiese ningún peluquero o peluquera. Y eso explica el particular corte de cabello que lo caracterizaba. Solo aceptaba las manos de su esposa que en su libro reconoce que  "el cabello de mi marido se veía trasquilado, disparejo, pero él se sentía cómodo así".

Victoria Henao tiene 60 años y vive en Argentina. Logró llegar después de un largo periplo por países donde no era aceptada y que incluyó la república de Mozambique. En 1999 ingresó a Argentina con un pasaporte a nombre de María Isabel Santos Caballero y fue detenida en un departamento del barrio porteño de Núñez junto con su hijo, Juan Pablo Escobar Henao, de 21 años, quien usaba la identidad de Juan Sebastián Marroquín Santos, como lo hace hasta actualidad. 

El entonces presidente Carlos Menem, dijo que su presencia no significaba "que en la Argentina se esté asentando el narcotráfico”.

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