Ocurrió en La Plata

Los chorizos-bomba de Plaza Italia y la furiosa mujer del vestido rojo

Hace 35 años sobrevolaba otra vez la Ciudad el fantasma de una intoxicación masiva y se temía por un brote de botulismo. Los cuatro jinetes de la Estanciera

Hipólito Sanzone

hsanzone@eldia.com

 

“Una pasta de pan rallado, grasas picadas y carne no identificada”.

El primero en caer fue un taxista. El hombre dejó tirado el auto sobre la calle 43 y se zambulló en la guardia de una clínica que funcionaba cerca de la terminal de ómnibus. Estaba pálido y temblaba. No podía casi hablar del frío que mostraba. Enseguida se dieron cuenta que estaba intoxicado y ahí quedó, tendido en una cama y le pusieron suero.

Medio como en tono de reproche, el médico de guardia le preguntó a la mujer que acompañaba al enfermo: ‘¿Pero, qué comió este hombre?’. La mujer se encogió de hombros y dijo que no sabía, que él solía parar, entre viaje y viaje, a comer “alguna cosa en la calle”.

En cuestión de horas la escena se repetiría en otras guardias médicas. Corría el mes de julio de 1986. Cuando la noticia llegó al ministerio de Salud, se activaron las alarmas: “Un brote de botulismo”, fue lo primero que se temió.

DE MORRONES Y PALMITOS

El taxista que temblaba como una hoja fue derivado al Policlínico cuando su cuadro, pasada una hora, se agravó. Y en el San Martín coincidiría con otras personas en su misma situación, o en peor estado.

Fiebre, vómitos, diarrea y hasta sangrado estomacal. Habían comido una bomba que les había explotado en el estómago.

Otro caso del que se conocerían algunos detalles involucró al playero de una estación de servicios de la zona. Ahí se temió lo peor porque en un momento de la noche el pibe cayó redondo en medio del playón, como fulminado. No esperaron la ambulancia -SAME no había- y en un auto particular lo llevaron al Hospital Gutiérrez.

A esa altura La Plata ya tenía escrita su página sobre intoxicaciones masivas.

En junio de 1957, la Ciudad amaneció conmovida por la aparición de las primeras muertes por alimentos en mal estado. Hubo doce víctimas y fue considerada una de las más graves de la historia médica argentina.

Ocurrió en un restorán platense ampliamente conocido, con morrones en conserva. Recién en 1965 la Justicia condenó a los dueños del local. Pero el botulismo volvería a aparecer en La Plata en 1969 y en noviembre de 1974. Esta última vez en el mismo restaurante donde ocurrió el primer brote de 1957. Tres personas fallecieron y otros comensales debieron permanecer varios días internados tras ingerir comidas con palmitos en mal estado.

En ese caso, sin embargo, la Justicia concluyó en 1982 que la firma no había cometido ninguna negligencia en el manejo de los alimentos. Pero tampoco hizo lugar a la demanda que los propietarios presentaron contra los distribuidores e importadores de las conservas.

A mediados de los 80, los asistentes a tres fiestas cuyo catering había sido provisto por la misma empresa local, se dieron vuelta de la descompostura por la presencia de salmonella. Se habló entonces de un error en la elaboración de una mayonesa de ave de manera casera, es decir sin mayonesa industrializada. Debieron seguir el consejo de las amas de casa y romper los huevos uno por uno de manera separada antes de integrarlos al resto de la preparación para evitar que uno, o varios, en mal estado se confundieran con el resto. El hecho dejó cerca de 400 afectados.

Otro registro data de 1981, cuando en Ignacio Correas un matrimonio y sus dos hijos pequeños murieron al consumir una vizcacha en escabeche que el hombre había cazado y preparado sin seguir las indicaciones para la elaboración de conservas. Una burbuja de aire en el frasco donde almacenó el producto, disparó la tragedia.

En 2001, en tanto, una familia de la cercana localidad de Verónica resultaría trágicamente afectada tras la ingesta de un guiso que incluyó un ingrediente en mal estado.

LOS DE LA ESTANCIERA

Encendidas las alarmas de un posible brote de botulismo, las autoridades provinciales avisaron al municipio y desde ahí se salió a buscar el origen. No tardaron mucho en encontrarlo porque la mayoría de los internados habían dicho que en medio de la noche y la madrugada de ese día habían hecho una parada en Plaza Italia, donde unas personas habían montado una parrilla y en unos tablones sobre caballetes vendían choripanes. El siempre cautivante aroma que sale de las parrillas, había hecho que la clientela fuese numerosa.

En dos camionetas cargadas de inspectores y con el apoyo de un patrullero policial, la Municipalidad atacó a los vendedores de choris, les incautó la mercadería pero no llegaron a detenerlos. Los hombres, que eran cuatro, acaso se la vieron venir y huyeron del lugar en una vieja Estanciera dejando todo, menos la recaudación de hasta ese momento.

El entonces Director de Higiene de la municipalidad, Francisco Antonio Bosia, saldría poco después a tranquilizar a la población al aclarar que no había peligro de botulismo, pero dejaría en claro que los chorizos de Plaza Italia eran, igualmente, una cita con la muerte. Junto con los choripanes, los de la Estanciera ofrecían sándwiches de un matambre que, al decir de Bosia, eran también altamente tóxicos.

“Se comprobó la presencia de un germen que produce la disenteria bacilar, enfermedad gastrointestinal cuya puerta de entrada es la ingesta de alimentos en mal estado. Al instalarse el germen en el intestino grueso se traduce en vómitos, diarreas y calambres”, señalaría el informe oficial.

ALGO PARECIDO A LA CARNE

Y se daba cuenta que los Chorizos-Bomba habían sido preparados con “una pasta de pan rallado, grasas picadas y carne no identificada como vacuna”. El último párrafo del informe, al hacerse público, dispararía la leyenda urbana de que los chorizos de Plaza Italia eran de perro, de gato o de caballo y no faltó el morboso que deslizó que hasta podrían ser de carne humana.

Los de la Estanciera no volvieron a aparecer por Plaza Italia y a partir de sus andanzas el Municipio se encargó de correr a otros puestos de choripanes que a esa altura se habían instalado en el Bosque y otras zonas de la Ciudad.

El taxista estuvo al borde de la deshidratación, explicada por los médicos como la principal causa de muerte en esos casos. En cuatro días de cama y suero lo sacaron adelante y algo parecido ocurrió con el pibe de la estación de servicio, según los datos de entonces.

Los Chorizos-Bomba de Plaza Italia no habían dejado víctimas fatales. Pero a partir de ellos ocurrió algo insólito.

Una de esas madrugadas llegaba una pareja a la guardia de un sanatorio privado por la zona de Barrio Norte. El hombre, dado vuelta y acalambrado de tanto vomitar. La mujer, furiosa.

“El tipo no daba más de los dolores de estómago y ella lo miraba con odio. Alcancé a oír que por lo bajo le decía algo así como ‘te merecés esto y más también’”, contaría una enfermera de guardia esa noche.

UN OSCAR DE LA RENTA

La mujer lucía desencajada pero sin perder una elegancia que contrastaba contra el ambiente de la guardia médica. Llevaba puesto un vestido rojo, de fiesta, debajo de un saco que claramente se notaba que no era de ella, sino el de su novio. Mientras un médico atendía al hombre, ella se despachó con la enfermera.

“Volvíamos de una fiesta y pasamos por un puesto de chorizos ahí en Plaza Italia. Me dijo que no se podía controlar, que ese aroma era más fuerte que él. Paró el auto, se bajó y vino con un choripán en la mano. Yo le dije ‘ni se te ocurra subir al auto con eso’. Y se quedó junto a la ventanilla, comiendo de parado. Yo subí el vidrio porque el olor me estaba descomponiendo pero él no sé que me quiso decir y me pidió que lo bajara. Justo en ese momento mordió la cosa esa, la apretó y un chorro de líquido, de esa grasa me saltó al vestido. No es un vestido cualquiera. Es un De La Renta, cuesta como el auto de mierda que tiene él”, disparó la mujer mientras cabeceaba hacia afuera, hacia la calle.

“Mire, mire qué desastre”, le dijo a la enfermera, que se había quedado muda. Y cuando se abrió el saco apareció en la falda una mancha en forma de ciempiés, entre negra y verdosa.

“Que crimen”, dijo la enfermera, solidaria.

 

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El entonces director de Salud del municipio fue concluyente: “carne no identificada”

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