Ocurrió en La Plata

El romance trunco de la Pirucha, la receta perdida del Marciano y las albóndigas mágicas

Nélida Maluéndez renunció al amor y dejó la vida en un emprendimiento familiar que desde 1940 sobrevive en cuatro generaciones, envuelto en pequeños misterios nunca develados

Hipólito Sanzone

hsanzone@eldia.com

“Y como le dijo que no, él la plantó y ella se quedó sola”.

Tan breve y contundente como un sí o un no. Así se definió la historia de un legendario lugar platense por el que han pasado generaciones desde el año 40. Que recibió a comensales de toda condición, seducidos por la cálida modestia de un ambiente que confundió a más de uno hasta hacerle decir que “era una rotisería y no un restaurante”.

En 70 años las cosas cambiaron, las reformas corrieron de escena al viejo mostrador del almacén de ramos generales y a la heladera exhibidora de postres y lenguas a la vinagreta. No pudieron con la esencia.

Se le atribuye semejante resistencia al empecinamiento que Nélida “Pirucha” Maluéndez le transmitió a quienes la rodearon, fuesen padres, hermanos, sobrinos o sobrinos nietos. Un legado de ganas de laburar, de no rendirse, de ponerle alma y vida aún muriéndose de ganas por cerrar o vender y dedicarse otras cosas menos complicadas y placenteras. Más económicas en términos de tiempos y malas sangres.

EL MARCIANO

En 1940 Juan Maluéndez se repartía trabajando entre panadero de La Monserrat y en atender un almacén con su esposa, María Scilingo. Cuentan que de ahí, de la Monserrat llegó a 3 y 65 la “fórmula” de El Marciano, unos sándwiches ovalados con salsa, huevo, jamón y una masa “secreta” que se popularizó tanto que Gustavo Luisi, el nieto de Maluéndez, jura que “hoy todavía viene gente a preguntar si los seguimos haciendo. Y la verdad es que no, porque no tenemos la receta. Mi abuelo se fue de la Monserrat y nunca la anotó, se llevó la fórmula de El Marciano”, bromea, pero parece que es verdad.

Como le ha pasado a muchos que empezaron vendiendo comestibles sueltos y envasados, un día se les dio por cocinar. Arrancaron Irma y Nélida, las hijas de Juan Maluéndez y primero fue en el mostrador, después en una mesita, luego en dos y cuando quisieron acordar tuvieron el saloncito lleno de gente comiendo comida casera “de verdad”.

No es novedad que desde 1940 para acá ha pasado de todo. Cambios históricos como el que marcó el 17 de octubre, las dictaduras, los gobiernos civiles amenazados por ellas, la furia de los 70, los vientos frescos de los 80, el frenesí consumista de los 90 y los complicados 2000. Y la pandemia mundial. El barco de La Pirucha navegó esas aguas y más de una vez estuvo a punto de bajar las velas y quedar para siempre en el puerto del olvido, como le ha pasado a muchos otros históricos de la ciudad.

EL DESAYUNO DE LOS FUTBOLISTAS

“Muchas veces se estuvo por vender, pero a la hora de decidir nunca pudimos correrle el cuerpo al legado familiar”, dice Gustavo.

La semilla de la segunda generación de “piruchos”, si vale el término, se plantó una noche en un baile del Club Gutenberg cuando Héctor Luisi conoció a Irma. Se casaron en 1955 y el nuevo integrante se sumó a la pelea diaria para seguir navegando con una primera oficial de a bordo que a esa altura ya era el alma del barco: Nélida, la Pirucha.

Durante décadas pasaron políticos de todos los partidos pero sobre todo viejos radicales; futbolistas, profesionales, trabajadores y hasta directores técnicos de los clubes platenses. Como uno al que se le había puesto que desayunar ahí le daba suerte y entonces se presentaba antes de los partidos con todo el plantel profesional.

“Nosotros nunca fuimos cafetería ni teníamos cosas de panadería entonces teníamos que salir a hacer tostadas y café con leche”, cuenta Gustavo, de la tercera generación piruchense.

LA QUE DURÓ POCO

Gustavo es de los que dejó a un costado otros sueños para entregarse “al legado”. Se recibió de Técnico Químico pero el embrujo pudo más.

Y una revelación: a fines de los 70 existió una Pirucha 2, cerca de Plaza Moreno, que duró poco y cuyo final se le atribuye a una decisión municipal de prohibir el estacionamiento en ambas manos de la calle 54 entre 8 y 12. La imposibilidad de los automovilistas de arrimarse a esos cordones, cuentan, le fue restando clientela hasta que se decidió su cierre.

A fines de los 70 y principios de los 80 murió Mariela, con 15 años, de una enfermedad de esas que no dan tregua. Era la hermana de Gustavo que como todos los que tomaron el timón de una nueva generación de piruchinos, se casó con una mujer decidida a acompañarlo: Nora.

El famoso “reservado” fue un clásico del que disfrutaron varias generaciones. Ya con Héctor, el padre de Gustavo, al frente, el lugar era una especie de auditorium para la política, el fútbol, y esas cosas. Los ex intendentes Albertí y Alak estuvieron de sobremesa en el mismo lugar en el que se asegura, aunque no hay fotos, hasta Ricardo Balbín.

Esa tradición se mantuvo por años y fue un sello que le impuso don Héctor “Cacho” Luisi. Un clima de amigos aunque a veces los comensales fuesen perfectos desconocidos. Y con Rubén, que arrancó de mozo a los 20 años y defendió esa bandeja hasta el final.

EL HOMBRE QUE CHARLABA

“Mi papá se paseaba por las mesas y charlaba con todos. Fanático de Estudiantes, hablaba de fútbol, de política, de lo que fuera. Y mi mamá, desde la ventanilla de la cocina a veces lo llamaba para que fuera a entregar un pedido. Y era mentira porque cuando él iba a la cocina mi mamá lo retaba: ´dejá comer en paz a la gente, por favor´, le decía. Parece mentira pero todavía viene gente que se acuerda de eso y lo extraña”.

Con Leandro y su pareja, Leticia, La Pirucha hoy es conducida por su cuarta generación.

El pudo ser arquero de Estudiantes, de Gimnasia o de Cambaceres o aprovechar su ciudadanía italiana y probar suerte allá, con lo suyo que es la música. Pero ese extraño influjo que acaso no sea ni más ni menos que el amor a la familia y la pertenencia a un lugar, lo hizo resignar esos sueños y quedarse.

Con Leandro llegó una modernidad que los tiempos pedían ya hace poco más de un década. Y entre reformas y cambios también le marcó la cancha a su abuelo Héctor, empezando por incorporar el famoso reservado al salón principal y pedirle que cuando fuera al negocio, no le diera tanta charla a los comensales. Don Héctor siguió esos consejos sin chistar y hasta poco antes de su partida, a los 89 años en el 2018, podía vérselo en una de las mesas contra la ventana, desde donde repartía afectuosos saludos a cada persona que entraba, la conociera o no, tanto como mantener viva la esencia de un lugar de amigos.

Entre tantos avatares, en la cocina estuvieron Irma y Nélida, la Pirucha, la dueña de un montón de secretos, empezando por el de su propio corazón.

EL AMOR PERDIDO DEL VENDEDOR DE PULÓVERES

Allá por aquellos años 40 cuando la Pirucha era uno de los motores del naciente emprendimiento, cuentan que tuvo un gran amor que pudo cambiarle la vida y acaso el destino de quienes la rodeaban y, quien sabe, de las generaciones que vinieron.

Era, como muestran las fotos que quedaron, una muy linda mujer, con una sonrisa y una mirada especialmente atrapantes.

Aseguran que nadie logró que le llevara el apunte hasta que un vendedor de pulóveres de esos que solían venirse desde Mar del Plata a hacer corretajes de las fábricas de allá, la encandiló. Y fue tan seria la cosa que parecía que terminaba en el altar.

“Pepe. Solo sabemos que le decían Pepe porque ella siempre fue muy reservada”, cuenta Nora, la esposa de Gustavo, que desde la tercera generación ayuda a la cuarta en la cocina en algunos medios turnos.

Un día Pepe le propuso a la Pirucha Nélida irse a Mar del Plata, a dedicarse a la fabricación de pulóveres o, quien sabe, poner una Pirucha en la costa. Ella lo pensó. Pero cuentan que miró a su alrededor, cerró los ojos, se llenó los pulmones con el olor a esa cocina suya y dijo que no.

“El entonces la plantó y ella se quedó sola”, cuenta Nora con un brillo de congoja al hablar del destino de su tía política.

Desde entonces Pirucha se refugió en la pasión por la cocina, atrincherada en ese mundo que amaba. Dicen que en cuestiones del amor la gente de carácter fuerte suele volverse inflexible. Y sostener hasta el final el mito de que en la vida hay un solo amor y una sola vez para enamorarse.

En ese tiempo aseguran que pretendientes no le faltaron. Y que diariamente enfrentaba a los proveedores más difíciles que caían en el negocio a llevar mercadería.

Cuentan que hasta los más desarrapados se pasaban el peine y se echaban colonia cuando sabían que había que entregar un pedido en esa esquina. Pero el corazón de Nélida estaba cerrado y así quedó.

Y la Pirucha se quedó ahí, viviendo en un departamento de la planta alta desde el que le era rápido y seguro bajar a su cocina. Así vivió hasta 2013 en que a los 78 años una enfermedad a la que había derrotado volvió por la revancha y la consiguió.

Durante ese rito doloroso, a veces lleno de sorpresas que es ir a ver las pertenencias de alguien que se fue, la familia de Pirucha encontró fotos que ella nunca había mostrado. Y vieron que había anotado en un viejo cuaderno cada una de sus recetas con sus pequeños grandes secretos, empezando por sus famosas albóndigas, las milas napolitanas y el matambre casero.

UNAS GOTAS

Cuentan que cuando hubo que contratar nuevos cocineros, no fue fácil encontrarlos capaces de seguir a rajatabla esas anotaciones.

“Y...es que ahora son todos cheff. Fue difícil, pero encontramos gente muy valiosa que hoy nos acompaña”, asegura Gustavo.

De aquel si o no al vendedor de pulóveres acaso haya dependido que en la esquina de 3 y 65 hoy no haya un supermercado, un gimnasio o un edificio de departamentos y que el aroma de lo casero todavía perfume el ambiente de un barrio bien barrio, de los pocos que le van quedado a la ciudad.

Esos fantasmas urbanos que dicen cosas incomprobables y que otros repetirán eternamente, aseguran que si para aflojar un tornillo herrumbroso solo hacen falta unas gotas de bebida cola, pues para aliviar a un corazón apaleado bastará con dejar caer una albóndiga de la Pirucha sobre un plato de tallarines caseros.

Tranquilamente podría decirse que esas albóndigas de Nélida llevan el toque mágico de alguna que otra lágrima por el amor del vendedor de pulóveres.

Y que en este tiempo desprovisto de magia, un ángel se encarga de tirar, de vez en cuando, unas gotas en la olla donde se cocinan.

Porque siempre habrá algún comensal que, aún sin saberlo, las necesite.

“Muchas veces se estuvo por vender, pero a la hora de decidir nunca pudimos correrle el cuerpo al legado familiar”

Gustavo Luisi, nieto de Maluéndez

Multimedia

Leandro y don Cacho, nieto y abuelo, modernidad y tradición

La historia se repitió con Gustavo y Nora, la tercera generación que hoy todavía trabaja

Irma y Nélida en una foto de no hace mucho. Hasta que pudieron entregaron su pasión por la cocina

Irma y Nélida, las hermanas Maluéndez de jovencitas

La primera de la izquierda durante un baile en el club Gutenberg es la Pirucha. Pretendientes no le faltaron

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