PARTE 2

Lo que pasó con la recaudación la noche que metieron presa a Mercedes Sosa

Quedó en la historia del Almacén San José, pero también del país y repercutió en el mundo. Antes, durante y después pasaron cosas nunca contadas

Lo que pasó con la recaudación la noche que metieron presa a Mercedes Sosa

Por HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

“Hacé un garabato, como si fuera mi firma”.

El aire olía raro y ya habían llegado algunos “avisos” por diferentes mensajeros. Primero, desde las formalidades de ciertas normas municipales, exigencias sobre cielos rasos, azulejos, pisos y otras desprolijidades que una casona centenaria no podía esconder y le era cuesta arriba sobrellevar. Después vinieron otros mensajes, como el de esa noche en que un tipo se ofreció a proveer cocaína para vender.

En esas madrugadas que vinieron después del Golpe de Estado, las irrupciones de la policía y el ejército ya no sorprendían a nadie. Todos contra la pared, los hombres de un lado, las mujeres del otro y que Dios guardara a quien había tenido la mala fortuna de salir sin documentos.

“Te temblaban las piernas”, dice La Pájara Cristina al recordar que la requisa incluía una suerte de ritual que le cerraba la garganta a cualquiera, tuviese o no militancia, actividad política o lo que fuera que pudiese ponerlos en la mira de aquellos milicos.

El asunto era así: un oficial de Ejército se paraba en medio del salón y desplegaba una lista hecha en esos anchos papeles de impresora unidos por troqueles. Y a medida que el militar iba leyendo, la lista se enroscaba otra vez. Así “chequeaban” o al menos fingían hacerlo, los números de documentos y los nombres de las personas que esa noche estaban en el lugar o daban a entender que estaban buscando a alguien.

LAS LISTAS DEL MIEDO

“Te temblaban las piernas”, insiste Cristina Doratto al recordar esas requisas.

Hacia 1978 el Almacén San José iba como se podía ir en medio de ese clima. Ya les habían avisado que la sucesión de requisas era, sencillamente, porque “estaban marcados”. Y alguien hasta les había ofrecido tramitar “una entrevista” en las oficinas que la entonces SIDE tenía en la calle 25 de Mayo.

En septiembre de ese año se inauguraba con gran despliegue en Berisso un salón de cena y shows: el Cedro Azul. Una de las hijas del dueño estaba, cuentan, de novia con uno de integrantes de Los Fronterizos y de ahí que al emprendimiento no le faltaban contactos para acceder a números artísticos de calidad.

La misma tarde-noche de la inauguración del Cedro Azul, Cristina encontró la tarjeta de invitación que habían enviado al Almacén, encima de un mueble cerca de la máquina de café.

“Había que ir y llevar una planta que era lo que se usaba cada vez que alguien abría un comercio o, en ese caso, un lugar donde iba a haber música. Yo tenía mil cosas que hacer pero El Pájaro me dijo: andá a una florería, comprá una planta y decile al Cabezón Muñiz que te lleve en el Citroën. Van y vienen y cumplimos con esta gente”.

EMBAJADORES

Cuando llegaron al Cedro Azul los recibieron como embajadores.

“Y nos honran con su presencia los chicos del Almacén San José”, dijo el animador, sobre el que más de uno pensará que si no fue Carlos Ravasso, pega en el palo.

“Nos pusieron en una mesa bien ubicada, un gran recibimiento. Con el Cabezón Muñiz nos miramos y nos dijimos: de acá no nos podemos ir enseguida. Y nos quedamos toda la noche hasta la actuación de Mercedes Sosa”, cuenta La Pájara.

Del mismo modo que como les había pasado con Chabuca Granda, la humildad de una artista de renombre, una grande de verdad, iba a sorprenderlos otra vez.

“En eso viene Olguita que era la secretaria de Mercedes y nos dice que pasáramos por el camarín, que La Negra quería hablar con nosotros. Cuando entramos Mercedes nos recibió, muy seria. ‘¿Por qué nunca me han llamado para ir al Almacén San José?’, preguntó”.

La respuesta estaba cantada: “Porque no te podemos pagar”.

Mercedes Sosa sonrió, movió la cabeza y largó una propuesta imposible de rechazar.

“Nos propuso cobrar menos de la mitad de lo que entonces era su cachet. Ella quería estar en el Almacén por todo lo que había escuchado hablar del lugar”, rememora Cristina.

La vuelta de Berisso a La Plata fue, cuenta, a puro canto y anticipada celebración. Al llegar lo primero que les preguntaron fue cuánto habían bebido en el Cedro Azul o si directamente habían enloquecido. Lo que siguió fue una frenética carrera un mes hacia adelante, tal el acuerdo al que habían llegado esa noche en Berisso con una de las más grandes artistas de ese y todos los tiempos que vendrían.

TODO EL JET SET

“Primero dijimos de poner la entrada a 50 pesos pero el lugar era tan chico que no íbamos a recaudar ni la mitad de lo que nos pedía La Negra. Terminamos en 150 pesos y cuando largamos la pre venta nos arrepentimos porque pensamos que era mucho”.

Bastaron algunos afiches y un aviso en el diario EL DIA para que en un día se agotara hasta el último ticket, como se dice ahora. Y aquí un detalle revelador porque durante años una suerte de leyenda urbana alrededor de “cuando en La Plata metieron presa a Mercedes Sosa”, sostuvo que esa noche el lugar estaba lleno de jóvenes estudiantes y militantes de izquierda.

“No, nada que ver. Esa noche estaba todo el jet set de La Plata. Había profesionales, comerciantes, empresarios, jueces que habían comprado entradas y una cantidad todavía mayor que se había quedado afuera”.

No había teléfonos celulares ni redes sociales pero los interesados se las arreglaban para mandar mensajes casi en tono de desesperación.

“Media hora antes del espectáculo apareció el juez Madina con la esposa que estaba embarazada. ‘Cristina por favor, aunque sea una silla para ella y yo lo miro de parado’, me rogó. Y le pusimos una silla a la señora al lado de una columna y el juez lo vio detrás de ella, parado”, cuenta.

Cerca de dos horas antes de la hora acordada, llegó Mercedes Sosa con sus músicos y se mandaron directamente a la cocina, no al camarín, a la cocina donde se freían las famosas empanadas catamarqueñas que se repulgaban con un palito. Cristina no recuerda si La Negra, como sí lo hizo Chabuca Granda, antes de salir a cantar se clavó dos de aquellas “sanamente mortales”. La cuestión es que estaban de charla en la cocina cuando alguien vino con la noticia de que en la puerta había cuatro tipos de traje “que parecen policías y piden hablar con los responsables del evento”.

“GARANTIZAR EL ESPECTÁCULO”

“Yo salí al encuentro y no se presentaron ni como del Ejército ni nada. Sólo me dijeron: estamos acá para garantizar el espectáculo”, cuenta Cristina.

No había más explicaciones que pedir. Para esos cuatro, el concepto de “garantizar el espectáculo” era tan amplio que el mensaje podía resumirse en “ojo que estamos acá”.

“Mercedes ya se había ido para el camarín que le habíamos armado y entonces le conté. Le dije ‘mirá Mercedes vos fijate lo que querés cantar, pero estos tipos están ahí’. Mercedes sonrió y me dijo: ‘vamos a tener una linda noche, tranquila’”.

El Almacén San José reventaba. Los memoriosos coinciden en que si bien hubieron otras noches de tanto público, esa en particular les quedó impregnada en la memoria. Será porque afuera se había juntado casi la misma cantidad de personas, junto a los ventanales de la calle 3 hacia donde daba el escenario.

Y ahí si, en ese otro improvisado auditorio, la mayoría eran jóvenes, estudiantes, entusiasmados ante la presencia de una artista que les llenaba el alma en esos tiempos difíciles.

Mercedes no tardó mucho en advertir que detrás de aquellos postigos había otro público. Y para ese también cantó. Y el entusiasmo fue tal que sobre el final pidió abrirlos.

“Y ahí fue cuando le pidieron Canción con Todos y después Cuando Tenga la Tierra”, cuenta Cristina y se agarra la cabeza al contar algo de lo que 43 años después recién se puede reír.

PILUSO YA NO ERA CAPITÁN

Para apreciar cabalmente el contexto en que ocurrió todo aquello, debe recordarse que la Junta Militar contaba entonces con mecanismos para controlar, en el ámbito de la cultura, expresiones que pudiesen “socavar los valores de la Patria o contener mensajes subversivos”. En ese marco, le fue quitado el rango de Capitán a Piluso, el entrañable personaje de Alberto Olmedo al que también le prohibieron usar la gomera que llevaba al cuello y la cartuchera con el revólver, obviamente de plástico, que completaba su disfraz. A su compañero Coquito, en tanto, le prohibieron usar traje de marinerito. Se trataba, según aquel buró de control, de expresiones que dañaban, menospreciaban y se burlaban de la Armada Argentina, la Marina de Guerra y por añadidura a las Fuerzas Armadas todas.

La cuestión es que así como se había degradado a Piluso, se habían confeccionado listas con “canciones prohibidas”. Y nunca se supo a ciencia cierta qué parte de Canción con Todos, cuyo mensaje refiere claramente al sueño San Martín, Belgrano y Bolívar de una Patria Grande Latinoamericana, les parecía subversivo.

“Toda la sangre puede ser canción en el viento”, suponían algunos, en medio de un desconcierto fenomenal en el que no se sabía si reír o llorar, pero era para llorar.

Y Mercedes Sosa cantó esa noche Canción con Todos y explotó el Almacén San José, adentro y afuera.

Y el último bis fue “Cuando Tenga la Tierra”, una composición de Ariel Petrocelli y Daniel Toro que, esa sí, parecía que les ponía los pelos de punta a los “controladores” porque, entre otras cuestiones, les olía a rebelión popular y reforma agraria.

Poco antes del final de aquella “canción prohibida”, en el momento en que Mercedes Sosa exclamaba: “Campesino, cuando tenga la tierra...”, se escucharon los portazos, los gritos y el final de la música.

Los que habían ido a “garantizar el espectáculo” por lo visto ya tenían preparado un pequeño batallón, entre policías y soldados, para irrumpir en el Almacén. Y las previsiones habían sido tantas que casi al mismo tiempo, sobre la diagonal 74 se empezaban a estacionar micros de línea, vacíos, que esperaban ser llenados con las personas que iban a llevarse detenidas.

“Entraron como una tromba, a grito pelado, dando empujones y golpes. Mercedes Sosa lloraba abrazada a mí y me pedía perdón. ‘Por mi culpa, esto es por mi culpa’, me decía y yo ‘dejate de embromar Mercedes’. Nos llevaron a ella, al Pájaro, a mí. Todos incomunicados y ahí empezó otra odisea”.

EL ROLLO VELADO Y EL CONTRATO TRUCHO

Casi que no quedaron fotos de esa noche, aunque pudo haberlas habido hasta que un oficial de Ejército se avivó que el Pájaro las estaba tomando detrás del mostrador y lo obligó a velar el rollo. Lo que nunca supo aquel represor fue que al mismo tiempo, desde la consola se estaba grabando todo el sonido ambiente. En esa cinta quedaron registrados los “contra la pared” y algún que otro insulto.

La acusación formal contra Mercedes Sosa y por añadidura a sus contratantes, cuesta creerlo pero fue por “cantar canciones prohibidas”. Los militares pidieron el contrato para saber a quién o quiénes procesar también y ahí ocurrió algo hasta ahora nunca revelado.

“El contrato estaba a nombre del Cabezón Núñez y como el padre era militar el lío iba a ser más grande todavía. Entonces en la misma comisaría Olguita, la secretaria de Mercedes, armó un contrato nuevo y le hizo un garabato que pareciera mi firma. ‘¿Esta es su firma, me preguntó el milico?’, y yo dije que ‘sí’”, recuerda Cristina.

A las 9 de la mañana Cristina, como responsable contractual de todo aquello, fue llevada al despacho del comisario y le leyeron el acta de procedimiento. En el mismo despacho estaba El Pájaro, que le hacía señas desesperadas con los ojos, marcándole el papel que tenía en las manos.

“Me estaba diciendo que me fijara al final del texto, que no firmara nada. Y cuando lo leí decía: ‘...y varios elementos subversivos saltaron por la medianera y huyeron por los techos’. Le dije ‘yo esto no lo firmo. Yo no vi a nadie saltar por los techos y además, ¿ustedes cómo saben que eran elementos subversivos?’. El tipo me amenazó con ponerme a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional) si no firmaba, y no le firmé. A todo esto al Pájaro lo esperaban para un asado con los veteranos del rugby, los de PLAGA, y al ver que no llegaba alguien contó lo que había pasado. La suerte quiso que entre esos amigos estaba un hermano del juez Adamo, que era el que tenía la causa y ahí empezaron a averiguar su destino”.

Hugo Guerrero Marthineitz, uno de los que iba seguido al Almacén

LA RECAUDACIÓN DE ESA NOCHE

Cristina y El Pájaro fueron liberados a las cuatro de la tarde y a Mercedes Sosa la dejaron hasta pasadas las seis.

Durante años hubo un secreto guardado y que dio lugar a decenas de versiones. ¿Qué pasó con la recaudación de esa noche?

Que se la habían robado los militares, que se le robaron unos pibes en medio del escándalo, que se la llevó escondida un músico de Mercedes Sosa.

Cristina cuenta, 43 años después, lo que pasó.

“Una hora antes del despelote yo puse el dinero en una bolsa y lo escondí. Los milicos revolvieron todo, calculá que se llevaron a la gente y los guardarropas quedaron llenos de sacos, camperas, carteras. Les llevaron todo. Me acuerdo que un veterinario amigo, Quique Buttler, venía del Hipódromo, contento, porque había ganado un caballo que él atendía. Y la plata la había puesto en papeles de diario y la dejó en un rinconcito en la cocina. Tuvo suerte que no se la encontraron. La cuestión es que yo estaba inquieta por la recaudación. Y en eso el comisario me pide los documentos y yo le dije que estaban en mi cartera, en el Almacén. El tipo mandó a llamar a Haydée Trotta, que estaba afuera como periodista del diario EL DIA y le dijo: ‘a usted la hago responsable de acompañar a esta mujer a buscar los documentos y volver’. Me acuerdo que tomamos un taxi y fuimos al Almacén. Agarré los documentos y la bolsa con la plata y le dije a Haydée: ‘primero vamos para casa’. Y así fue como la pude poner a salvo”.

Pero aún así, aquella recaudación se esfumó.

“Se fue entre el pago de la fianza y los honorarios de los abogados. La cuestión es que tiempo después fuimos sobreseídos y a Mercedes le dieron autorización para salir del país. Esa fue la verdad sobre el destino de aquella recaudación”, evoca Cristina que adelanta que después de todo aquello, hubo algo más.

Cristina Doratto

EL RAVIOL Y UNA CAUSA ARMADA

En febrero de 1979, cuatro meses después del escandaloso procedimiento “por cantar canciones prohibidas”, en un día de semana el Almacén había cerrado sus puertas pero adentro de oían voces, risas y alguna que otra copla.

“Estábamos de asado celebrando mi cumpleaños y en un momento volvieron a patear las puertas”, cuenta.

Un comisario se presentó entonces como supuesto titular de “Seguridad Personal”, un organismo que, dijo, funcionaba en una dependencia de la Policía Bonaerense, en 55 casi esquina 14.

“Tiene que presentarse o la vengo a buscar”, la conminó el policía.

Se trataba, a todas luces, de un intento por “armar” una nueva causa, quizá más con fines personales que institucionales. En buen romance: los muchachos confiaban en hacerse unos pesos colgándose de aquel asunto de “los zurdos” del Almacén.

“No sabíamos qué hacer. Si no iba me venían a buscar y si iba quién sabe cómo terminaba. Entonces los chicos salieron a buscar al juez Polo Russo, que guardaba el auto en una cochera en 40 entre 3 y 4 y a veces pasaba por el Almacén a tomarse un whisky”.

Alguien pasó el dato de que ese juez, en el que por lo visto podían confiar, a esa hora andaría por el bar Costa Azul ahí en 48 casi 8.

“Se fue hace un rato”, les dijeron, y al mismo tiempo otro contacto les pasó la dirección de la casa.

El hombre a esa altura estaba durmiendo la siesta pero los atendió. Cuentan que las barbaridades que le dijo por teléfono a ese comisario, fueron irreproducibles.

El asunto es que La Pájara salió en libertad y pudieron seguir, con alguna demora, con aquel cumpleaños a puerta cerradas.

En los años siguientes remaron en dulce de leche. Estuvieron nueve meses con una clausura que nadie quería, o podía, levantar. Con el Paisano Genco y el coro de la Agrupación Universitaria Neuquina pudieron organizar algunas peñas en el Centro Andaluz, de 45 entre 11 y 12, tanto como para juntar la plata del alquiler del cerrado Almacén.

Una noche de esas anteriores al escándalo por Mercedes Sosa, un tipo de cabello corto y bigotito se acercó a la barra y deslizó un cuadradito de papel glasé plateado. Le faltaba la etiqueta que dijera: “raviol”, como en otro tiempo se llamó a la dosis de cocaína.

“Agarré el raviol y le dije al tipo que viniera para adentro, a la cocina. Y en una hornalla se lo quemé y le dije que no lo quería ver nunca más en el boliche. Los pibes que estaban en la puerta dijeron que cuando se fue se subió a un auto de la policía”, recuerda Cristina.

Así, a los tumbos, el Almacén vio asomar el sol de la democracia.

Y con ese sol, otro tiempo inolvidable.

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