Ocurrió en La Plata

Revelaciones sobre la Rubia del jeep y su hermana que a veces también lo era

Una de las leyendas urbanas más difundidas, llena de matices, algunas verdades y muchas habladurías sobre dos mujeres que marcaron época y sacudieron la imaginación popular 

HIPÓLITO SANZONE

hsanzone@eldia.com

“Ella esperaba conocer a uno de esos hombres que te abren la puerta del auto”.

En el barrio de 40 y 17 y las calles de por ahí, hay quienes dicen que cada vez que se oía un ruido a neumático arrastrado, a frenada desesperada, seguro que era “culpa de ellas”. Porque decían, aún sin haber asomado la nariz a la calle, que “alguno se les debe haber quedado mirando y casi choca”.

La historia de las hermanas Petrona y Cristina Parisi es de esas tantas que no figuran en los registros de recuerdos formales, políticamente correctos de la ciudad, pero a la que no se le puede negar derecho a formar parte, aunque sea como la leyenda urbana que es y de la que a 40, 50 años se sigue hablando.

“Ah, sí, la Rubia del Jeep y la hermana, que a veces estaba de morocha o de pelirroja o rubia también”, es la respuesta que se repite ante cada consulta.

Entre los vientos de furia de los 70 y los de esperanza reparadora de los 80, la Rubia del Jeep ocupó un lugar en el centro de las conversaciones de oficina, de sobremesa, de taller y de café. Y el asunto no venía derivado de “cosas de hombres” porque La Rubia del Jeep también ocupaba buena parte de la atención de las mujeres. Acaso secreta admiración que a algunas personas se les convierte en un sentimiento verdoso y que les fluye al paso de lo que no se puede alcanzar. Vaya a saber qué pasaba, pero todos y todas tenían algo para decir, aunque no supieran nada, aunque jamás hubiesen cambiado palabra con ninguna de ellas.

UN CASAMIENTO BREVE Y DOS AMORES

En los papeles, la Rubia del Jeep era Petrona Parisi, pero también lo era su hermana Cristina. Compartían desde la casa hasta la vocación por la enseñanza de la música. Para algunas fuentes eran hijas de un comerciante del rubro de los alambres pero hay quienes dicen que ese Parisi no era el padre sino un tío. Lo cierto es que eran también hijas de Teresa, a la que amaron con devoción y cuidaron hasta el final de esa crueldad que es la demencia senil.

Se sabe que Petrona se casó con un cordobés. Pero duró poco y a los 18 meses regresó a La Plata. Cristina, en cambio, nunca le dio a nadie el sí definitivo.

“Hubo dos hombres importantes en su vida, al menos de los que ella alguna vez hablaba. Uno había sido compañero en Bellas Artes, un muchacho del interior que se volvió a su provincia y el otro, un italiano. Ella y la hermana eran muy reservadas”, cuenta Mika Fuchinowe.

Mika, que en japonés quiere decir “Hermoso Perfume”, fue su alumna en el colegio primario 57 de la Colonia Urquiza y con los años, pese a la diferencia de edad, se convirtió en una entrañable amiga. De ahí quizá le haya salido a las Parisi su gusto por la cultura japonesa. Aunque no haya certezas, no es incorrecto creer que mientras pudieron no se hayan perdido un solo Bon Odori.

“Eran chicas especiales, de carácter muy fuerte, de decir las cosas cuando algo no les gustaba. Cristina decía que esperaba a un hombre de esos que te abren la puerta del auto”, recuerda Mika.

Si el amor fuese una ciencia exacta, que permitiese medir, calcular, estimar y trazar planes con certezas, la humanidad ya se hubiese muerto de aburrimiento. Y que ese caos de lo impredecible es lo que marca la diferencia. Acaso a las bellas hermanas Parisi se le hayan presentado docenas de pretendientes, alguno con ese “don” de abrir la puerta del auto como cuenta Mika, pero a veces resulta que tampoco esos son los indicados.

Hoy se las llamaría dos empoderadas. Que vivieron su vida como eligieron vivirla, ni más ni menos.

EL PIBE QUE SE DESMAYÓ Y LA MAMÁ DE BURLANDO

Para definir a La Rubia del Jeep, lo manejara Petrona a la que le decían Chiche o Cristina, que era Mary o al revés, se usaba un termino que hoy delata a las personas en grupo de riesgo: “eran despampanantes”. Que despampanaban, que dejaban atónitos, boquiabiertos, embelesados ante una belleza que acaso era mucho más que un asunto físico, porque adentro de ese envase había dos mujeres especiales. No pocos referenciaban sus figuras con las famosas “Chicas de Divito”.

Las mujeres que en ese tiempo Guillermo Divito dibujaba en las tapas de la revista Rico Tipo eran de un físico exageradamente sensual, de diminuta cintura y bustos impactantes, de piernas largas y tobillos finos, de labios gruesos y ojos enormes con pestañas como cortinas. Las Chicas de Divito iban y venían en la imaginación popular pero en la vida real, no andaban por la calle. Y acaso lo más parecido era La Rubia del Jeep y de ahí el impacto que generaba.

Marila Burlando, la madre de los abogados Fernando y Julio, que fue compañera en la Escuela 10, ella como maestra y La Rubia del Jeep como profesora de Música, no duda al recordar.

“Era una persona encantadora, buena, dedicada a sus alumnos. La gente la veía arriba de ese jeep, con ese cabello y vaya a saber lo que pensaba pero nada que ver. Era un ser angelical, una chica que usaba una ropa poco común y que tenía un físico imponente y por eso a alguna gente le impactaba pero era un ser humano encantador”, recuerda Marila que es de las que admite que muchas veces confundió a Chiche con Mary.

“La hermana era como ella, el mismo tipo de chica. Dos encantos. Precursoras de la moda, con ese cabello a la cintura, de jeans y botas, un lomazo”, insiste la mamá del mediático abogado. Y agrega que en los años en que compartió docencia, “nunca la vimos con un muchacho. Ella siempre llegaba a la escuela sola y se iba a sola en su jeep”.

Gabriel Goldstein es un ingeniero agrónomo platense que puede decir con autoridad: “A mí me llevó en el jeep”. Hay un grupo de amigos que lo cargan porque dicen que ha contado mil veces la historia. Pero a él esas chicanas le resbalan.

Cuenta que fue cuando cursaba el Sexto grado en la Escuela 10, en diagonal 73 y 16, y, como muchos de sus compañeros en el fin de la infancia y el despertar a la preadolescencia, estaba perdidamente enamorado de la profesora de música. Una mañana faltó la maestra, el curso quedó solo y los varones empezaron a jugar a empujarse hasta que Goldstein cayó hacia atrás, pegó con la nuca sobre las baldosas y se desmayó. Enseguida volvió en sí, pero a esa altura la cosa era tan seria como para ubicar a la mamá y ponerla al tanto de lo ocurrido.

“Mi vieja trabajaba en la Municipalidad, en 20 y 50, en mi casa no había nadie y no había teléfonos celulares. Y ella me tomó de la mano, me subió al jeep y me llevó con mi mamá”, cuenta Gabriel.

“Estábamos todos enamorados -se rié- era hermosa, venía con campera de cuero, con botas y bajaba de ese jeep. Pero además era macanuda, buena profesora, la querían todos. Nosotros le decíamos la profesora Brigitte, por Brigitte Bardot”.

“Ella y la hermana vivían frente a lo de mi abuela, ahí en la calle 40. Y yo a veces la veía. Después mi abuela murió y no fui más por el barrio. No volví a verla”.

GENERAL PURPOSE

Abundan los platenses que las recuerdan en las confiterías del centro, en los bailes del Jockey Club o de Regatas y hasta en el mítico Almacén San José pero son muchos más los que tienen frescas las imágenes de ellas en el jeep blanco.

Si los datos son correctos, se trataba de un Willys MB de entre los años 1946 y 1947. Una leyenda sobre ruedas.

Aunque algunos fueron hechos por la Ford del poderoso Henry Ford, los Willys de pura sangre como el que manejaba la Rubia del Jeep, fueron concebidos por la Willys-Overland Motors a partir de una licitación que el gobierno norteamericano lanzó en 1941 para cubrir las necesidades de un vehículo para la guerra, de “Propósito General o General Purpose” que al decir sus siglas en inglés sonaba “Yipi” y de ahí a jeep. En adelante y hasta hoy, todos los vehículos de tracción en las cuatro ruedas, desde el más rústico al más sofisticado, le deben la vida a ese General Purpose.

Jorge Olio es vecino del barrio de diagonal 76, 41 y 16, mecánico de toda la vida y con una pasión por los fierros que hace que a 30 años de haber dejado de competir, conserve la misma pasión. Por eso es que últimamente se ha vuelto a poner el casco y el buzo anti flama para participar de la Monomarca Fiat, una categoría del automovilismo criollo en la que los Duna, los Uno, los 128 y los 147 dan un show de autazos y maniobras espectaculares al llegar a cada curva del Mouras y otros circuitos de la Provincia. Y es uno de los tantos que recuerda a la o las rubias del jeep.

“Pasaba todos los días por la calle 16 y alguna vez ha venido al taller a hacer algún arreglo menor o a pedir un consejo”, recuerda, aunque asegura no haber tenido mucho más diálogo que ese.

Hay otros vecinos en el mismo barrio que las recuerdan como “gente que no se daba con nadie, que no saludaba, que no eran vecinas de hablar y conversar. Ni las hermanas ni la madre”.

No hay certezas de cómo ese jeep blanco llegó a la vida de las hermanas Parisi. Alguien arrimó el dato de que lo compraron a medias, a mediados de los años 70, en una concesionaria por la zona de 19 y 60 donde también vendían lanchas. Y que tuvieron que hacerle algunos arreglos al motor que en su interior tenía cuatro cilindros en línea del tamaño de una lata grande de duraznos al natural.

Walter Guerreiro es floricultor pero también un apasionado por escribir, tiene un taller literario y cuentos publicados en La Brújula del Sur. Es el esposo de Mika y, por añadidura, un viejo amigo de Cristina. Cuenta que las hermanas se dedicaron a cuidar a su mamá y que los atrapasueños, las lechuzas, los relojes, las mandalas y todos los adornos con pedacitos de espejos que todavía cubren el porche de la casa de la calle 40, son artesanías hechas para ella, porque “se entrenía mirándolas”.

Y Guerreiro deja un dato que puede resultar clave para explicar algunas cosas sobre la leyenda urbana que se armó alrededor de las hermanas Parisi: “Cristina era muy admiradora de Marilin Monroe”.

Como en toda leyenda urbana siempre habrá quien agregue una variante a lo que “se dice que se dice”. Don F.P. no está muy seguro de lo que cuenta y por eso, por las dudas, no quiere que se publique su nombre, pero dice estar casi convencido de que el legendario jeep de la rubia no era un Willys y que si lo fue, alguna vez dejó de serlo.

“A mediados de los 70, con la irrupción del buggy Puelche de Juan Garbarini, se pusieron de moda los vehículos armados con carrocerías de fibra de vidrio y se empezaron a fabricar kits para hacer jeeps. La Ford había sacado el Falcon Sprint 221 que parecía que volaba pero no tenía estabilidad o, mejor dicho, la gente no estaba preparada para acelerar semejante máquina. Entonces era más fácil volcarlo que estacionarlo a 45 grados. En los desarmaderos, a los conjuntos de motor, caja y diferencial te los tiraban por la cabeza. Yo creo que la Rubia andaba en uno de esos jeep armados con una mecánica de esas”.

Pero la palabra más autorizada parece ser la de Walter Guerreiro, el querido amigo de Cristina. Y el hombre dice sin dudar que tras el portón del garage de la casa blanca del 1092 de la calle 40, hay un Willys original, de sangre pura, sin mácula y que lleva años sin marchar.

“Yo se lo quise comprar pero los papeles estaban a nombre de Petrona que ya había fallecido. Para nosotros tiene un valor sentimental muy grande, que excede el valor del vehículo. No sé qué pasará con los bienes que quedaron, quienes los van a heredar porque creo que solo quedaron primos lejanos, pero si en algún momento todo eso se acomoda, yo voy a ser el primero en anotarme para ver si puedo comprar ese jeep”, dice con absoluta convicción Walter Guerreiro, el esposo de Mika o Hermoso Perfume.

EL FINAL EN LA CASA BLANCA

Petrona murió hace algunos años y se cuenta que le dio un ACV cuando salía de su casa aunque otras versiones hablan de una enfermedad. Y el 23 de marzo de este año, la policía encontró sin vida a María Cristina, en la cocina de la casa de la calle 40. Después de llamarla por teléfono muchas veces y no encontrarla, Walter y Mika sospecharon que algo malo podía estar pasando. Viajaron a La Plata y antes de tocar timbre un olor nauseabundo los anotició sobre el peor final. La causa por Averiguación de Muerte quedó en manos del fiscal Marcelo Romero al que esta altura todavía le deben el resultado de la autopsia pero una fuente de esa fiscalía dejó trascender que, a juzgar por la ausencia de signos de violencia en el cuerpo y en la casa, todo indica que habría sido una muerte natural. A los 72 años, cuatro menos de los que tenía Petrona.

Como señalara Guerreiro, todo indica que las hermanas no dejaron herederos directos, aunque en el barrio se menciona a Norma, una supuesta prima que viviría a pocas cuadras. La casa de la Rubia del Jeep y su hermana que a veces también lo era, es una propiedad que casi llega hasta el corazón de la manzana, con un enorme jardín interior poblado de estatuas y con un lago artificial que desde la terraza de un edificio vecino se ve como una piscina abandonada.

La rubia del jeep y su hermana, que a veces también lo era, dejaron una marca. Para algunos grande, pequeña o imperceptible pero marca al fin.

Un marca en la hoja de los recuerdos de un tiempo vertiginoso e inolvidable.

Como eran ellas, empoderadas, en ese jeep blanco.

 

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“Era un ser angelical, una chica que usaba una ropa poco común y que tenía un físico imponente y por eso a alguna gente le impactaba pero era un ser humano encantador” Marila Burlando Fue maestra en la Escuela 10 y La Rubia del Jeep era profesora de Música

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