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Séptimo Día |LOS HERMANOS DE LA OTRA ORILLA

Un “país de cercanías” en lo geográfico, social y cultural

Uruguay, la tierra previsible y llena de excentricidades. Los raros de la literatura y de la política: Mujica, Tabaré Vázquez, Levrero. Vigencia de la cultura rioplatense y la versión de Horacio Ferrer sobre Montevideo y Buenos Aires

Un “país de cercanías” en lo geográfico, social y cultural

José Mujica, presidente de Uruguay que pagaba sus gastos de su propio sueldo

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

2 de Agosto de 2020 | 05:57
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Los uruguayos hablan con orgullo del “paisito”, para llamar así a su Uruguay. Saben que es un país pequeño, como detenido en sus poco más de tres millones de habitantes, enclavado entre dos repúblicas grandes como Brasil y la Argentina. Conocen sus limitaciones y también sus virtudes, que no son pocas. Los uruguayos discuten entre ellos, se revisan y también se divierten con sus propias excentricidades, personales o colectivas. La última de ellas, haber transitado hasta hoy por la pandemia sin cuarentena obligatoria.

“¿Qué es lo que llama la atención? ¿Que vivo con poca plata? Este mundo está loco”

 

Las “rarezas” creativas, amables, estimulantes, se perciben con facilidad abajo, en el medio y en las alturas sociales. Se las advierte en Montevideo, la gran ciudad, como en Colonia, Carmelo, Salto o Paysandú. También son “raros” en literatura, según los parámetros fijados por Rubén Darío. Y, sobre todo son raros –por reconocimiento de ellos mismos- en el universo de la política, con presidentes cultores de extraños ritos austeros. El más singular entre los últimos, José “Pepe” Mujica, que el día anterior a asumir su cargo descubrió que no tenía un traje para la ceremonia. Y hubo que procurarle uno de urgencia.

Un matrimonio platense ingresó a un restaurante de Colonia hace pocos años. Quince minutos después vieron llegar al lugar un Volkswagen algo destartalado, del que bajaron Mujica, que era presidente en ejercicio, y su esposa. “Buenas noches” saludó al ingresar. Ninguna custodia con ellos, ni siquiera afuera. Y se ubicó en una mesa que daba contra una pared del restaurante, sin que su llegada hubiera originado más que una fugaz curiosidad de los parroquianos, orientales mayormente. Cuando terminaron de cenar, Mujica llamó al mozo, pidió la cuenta, sacó dinero del bolsillo y la pagó, para retirarse saludando otra vez.

Los platenses llamaron al mozo y quisieron corroborar: “¿Ese era Mujica, no?”. El mozo contestó: “Sí, viene muchas veces”. Le volvieron a preguntar: “Perdón, ¿él paga las cuentas...?” Y el mozo les contestó: “Sí, las paga y de su bolsillo. Una primera vez intentamos que no pagara...y nos dijo que si no le cobrábamos no venía más...Así que le cobramos, porque nos conviene que venga...Además se encargó de aclarar que pagaba de su sueldo, no de ninguna cuenta oficial...”.

En una entrevista que le hizo BBC Mundo, cuando terminaban en 2014 sus cinco años de mandato presidencial, dijo Mujica: “¿Qué es lo que le llama la atención al mundo? Que vivo con poca cosa, una casa simple, que ando en un autito viejo, ¿esas son las novedades? Entonces este mundo está loco porque le sorprende lo normal”.

El llamado “presidente más pobre del mundo” tuvo como vehículo particular un Volkswagen escarabajo de 1987, que utilizó antes, durante y después de su mandato presidencial. Al finalizar su presidencia recibió una oferta de un millón de dólares por el antiguo escarabajo celeste, que se la realizó un jeque árabe. El dijo que la aceptaba para donar después el dinero. Lo pensó un tiempo largo y finalmente declaró que no vendería su “ferruginoso” Fusca: “mientras yo viva dormirá en el galpón y cada tanto dará una vuelta”.

A Mujica lo sucedió Tabaré Vázquez, médico oncólogo que siguió atendiendo a pacientes en su consultorio, una o dos veces por semana, cuando era presidente de Uruguay. Cuando fue entrevistado por Gente en 2014 y le preguntaron cómo era eso de ser presidente y seguir ejerciendo la medicina, dijo: “Es que siempre voy a seguir siendo médico. Siempre...No se puede dejar de ser médico”.

Estos dos presidentes izquierdistas habían sido precedidos por el liberal José María Sanguinetti. Que, para no ser menos, invitó a su casi amigo Fidel Castro a visitar Uruguay. Se conocían de antes, cuando Sanguinetti visitó Cuba. En el encuentro montevideano –contó alguna vez Sanguinetti- “recordamos muchas cosas. Y ahí me dijo que yo era su conservador predilecto. Y yo le dije: “¿Yo conservador? ¿Y vos que te quedaste 50 años con el poder?”

La sonrisa en Uruguay, la actitud mesurada, benevolente, que no impide decir lo que se siente o hacer lo que uno piensa, sin preocuparse por lo que digan los demás. Y hacer todo eso en tono menor, en voz baja y cavilosa, acaso –según sociólogos uruguayos- para no parecerse a la estridencias argentina y brasileña.

UNA SOLA CIUDAD

En una entrevista que se le hizo en esta columna al poeta uruguayo-argentino, Horacio Ferrer, que tenía legalizadas y en su corazón esas dos nacionalidades, esbozó la teoría de “ciudad única”, cuando se le preguntó si se sentía más de una que de la otra orilla. Y dijo esto: “Me siento rioplatense. La zona rioplatense es un área cultural común, que nos identifica. Hubo una vez un diputado –cuyo nombre ahora olvido- que propuso crear la nacionalidad rioplatense”.

Agregó Ferrer: “un porteño está más cerca de un montevideano que de un salteño. Creo que las dos, Buenos Aires y Montevideo, forman una sola gran ciudad. Alguna vez dije que esa ciudad está dividida por ese río que es el Sena, que aquí llamamos Río de la Plata y que es algo más ancho, nada más”.

Debe volverse aquí a Mujica que hace poco, en una conferencia, dijo: “nosotros somos antes que nada latinoamericanos, pero evidentemente que en el Río de la Plata tenemos una identidad cultural muy fuerte”. El ex presidente oriental añadió que la Argentina es el único lugar donde los uruguayos emigran y que orientales y argentinos son “prácticamente idénticos”. Añadió que argentinos y uruguayos “tenemos casi los mismos defectos, puede ser que no tengamos las mismas virtudes, pero los defectos los copiamos todos”.

“Me siento rioplatense, que es un área común que nos identifica”, dijo Horacio Ferrer

 

Pensadores de ambas orillas coinciden en que la existencia tangible y viva de una cultura rioplatense que no implica, en el caso de los argentinos, declinar de otras culturas propias, como son las del Norte, la cuyana o la patagónica. Y, también, que la comunidad cultural entre la Argentina y el Uruguay no se ve replicada, por ejemplo, con el Paraguay, pese a su contigüidad geográfica.

Sobre las similitudes culturales en Río de la Plata existen trabajos de historiadores como el jesuita Guillermo Furlong y el platense René Orsi.

LOS ESCRITORES RAROS

“No hay una literatura uruguaya, no hay una corriente. Es una literatura hecha de raros...” fue una de las definiciones. Otra, “en Uruguay hasta que no estás muerto, no estás vivo...” y una tercera: “En Uruguay todos los escritores somos malditos: el fracaso es algo seguro”. Esas frases corresponden a tres escritores jóvenes de la otra orilla, Ercole Lissardi, Felipe Polleri y Alejandro Ferreiro, en una entrevista que Cecilia Boullosa les hizo para la Revista Ñ.

Ya se habló en esta columna de la rareza de los escritores uruguayos, con ejemplos cumbres en el poeta Isidore Lucien Ducasse ( nacido en Montevideo en 1846, muerto en París, Francia en 1870), más conocido como el Conde de Lautréamont; en el narrador, pianista y compositor Felisberto Hernández de quien dijo Italo Calvino: “es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericano; es un francotirador que desafía toda clasificación y todo marco, pero que se presenta como inconfundible al abrir sus páginas” y en el cuentista y novelista Mario Levrero, fallecido hace poco,

Levrero definió en este tácito autorretrato a buena parte de la literatura uruguaya: “El escritor, en especial, es un jodido solitario o no es escritor. El talentoso queda siempre afuera justamente por ser un fuera de línea y de serie. Que no es innecesariamente un mérito, lo anoto como fenómeno real”.

En una nota publicada en Infobae, Gonzalo León destaca que Levrero nunca se sintió más que nadie y que “tenía un trato horizontal”. Horizontalidad, dice, “que en ningún caso implicaba modestia, sino más bien sabiduría”, lo que constituye “un rasgo muy uruguayo”. Aquí León valora una expresión del ensayista oriental Carlos Real de Azúa, que habla del Uruguay como de “un país de cercanías”. No sólo de lo geográfico, “sino también en lo social, político y cultural”.

Es verdad que la literatura del “paisito” cuenta con una galería de enormes escritores que, sin dejar de cultivar lo comarcal, legaron obras cosmopolitas. Así puede hablarse de Juan Zorrilla de San Martín, autor del épico poema “Tabaré”, con valores similares al Quijote en España o al Martín Fierro en la Argentina; de Horacio Quiroga, José Enrique Rodó, Juana de Ibarbourou y, entre otros, ese manantial de metáforas que fue Julio Herrera y Reissig. Claro, sin olvidar la trilogía de hierro más cercana que formaron Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti y Eduardo Galeano.

Corresponde mencionar el culto al diálogo, que es ley sagrada en la Banda Oriental y que, en su mayor expresividad, se traduce en una confiable institucionalidad política, se ha dicho que al estilo suizo. En lo cotidiano persiste la devoción por el fútbol –con el “Maracanazo” como una suerte de meca eterna- por el mate y por el tango. Tan parecidos, tan distintos y queribles, los hermanos de la otra orilla.

 

 

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El poeta Horacio Ferrer, nació en Uruguay, pero se nacionalizó argentino. Vivió en buenos aires hasta sus 81 años

Eduardo Galeano / Web

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