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Séptimo Día |TEMPLOS DE LA AMISTAD CON SUS PUERTAS CERRADAS

“Buenos días, café”

Lo que más extraña la gente en la cuarentena. Histórica relación de muchos bares de La Plata, Buenos Aires, París o Dublin con la literatura y el arte. Armisticio entre Borges y Sábato

“Buenos días, café”

En los cafés de la ciudad se debatían pasiones e intereses / Pexels

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

26 de Julio de 2020 | 08:12
Edición impresa

Ser seres de amor, el primer mandamiento; el segundo, ser libres y sentirnos libres; el tercero, ir a un café para charlar con amigos. Pues bien: hace más de cuatro meses que en una remota ciudad de China se rompieron las tablas de Moisés y desde entonces no se puede cumplir con ninguno de esos mandamientos esenciales.

Esa prelación no proviene de una opinión personal, sino de una encuesta realizada en la Argentina en las últimas semanas. ¿Qué es lo que más extraña durante la cuarentena?, fue el interrogante planteado a centenares de personas. En primer término –dijeron- compartir tiempo con la familia, con padres, hermanos, hijos o nietos alejados; en segundo lugar, hacer lo que cada uno quiere sin ningún tipo de restricción; el tercer escalón del podio fue el de poder ir a un café, para charlar con amigos.

El resultado del sondeo anímico demostró que muchos hombres y mujeres andan en este tiempo sin esas columnas vertebrales del alma. Es algo demasiado serio, como para pasarlo de largo así como así. Andan faltando cimientos espirituales.

Hace cinco décadas el poeta francés Paul Eluard desnudó a su época con esta expresión: “Buenos días, tristeza”. Y ese verso inicial de un poema se universalizó, al convertirse en título del libro de una rebelde jovencita francesa, Francoise Sagán, que a los 18 años publicó bajo ese nombre una novela transgresora. Era una tristeza algo intelectual, algo actuada, aquella tristeza de la nouvelle vague. Pero fue una tristeza necesaria y enriquecedora.

Hablar aquí de los otros soportes existenciales –el amor, la libertad- podría convertirse en una empresa temeraria y desmesurada. Pero sí se puede hablar de los sencillos cafés de cercanía, que permiten encontrar paz, diálogo amistoso, lectura, monólogo interior, relación con valores superiores.

Ahora bien, para saludar con justicia a esos lugares, puede volverse a Sagán. Ocurre que a ella, que era una muy joven periodista, le pidieron de su diario que fuera a Italia y enviara crónicas de viaje. Y ella lo hizo titulando cada nota, en homenaje a Eluard, de esta manera: “Buenos días, Capri”, “Buenos días, Venecia”, “Buenos días, Nápoles”, de acuerdo a la ciudad que visitara.

¿Sería exagerado, entonces, decir que son muchas las personas que hoy vagan sin rumbo cierto en el universo de sus casas? Aunque el temido virus se los impide, hombres y mujeres, parodiando a Sagán, quisieran salir y decirles “Buenos días, café”. Pero el café está cerrado y no hay nadie que responda.

EN LA PLATA

Hace dos domingos Abel Román publicó en este diario un magnífico artículo titulado “Mucho más que un café: no sacrifiquen a La Plata”, dedicado al “Costa Azul”, mejor conocido como “el Costa”, que convocó a varias camadas de amigos durante más de medio siglo.

Luego de señalar que allí se congregaban las distintas pasiones o intereses de la Ciudad, que no hubo grieta entre opuestos, consignó Román que en el cálido magma de aquel bar “era posible cambiar dólares, comprar relojes o apostar a algún caballo pero, por sobre todo, tomar el mejor café y practicar el sacramento no escrito de la amistad”. Los veteranos platenses también recuerdan a la Cosechera, al Bristol, a La Perla, a la París –que izó bandera blanca hace pocos días-, al Astro de los especiales de jamón y queso, al Parlamento y al emblemático Rayo, de 1 y 44, ese bar de alto riesgo.

A mediados de la década del 20 llegaban al temido bar de la Estación poetas porteños veinteañeros como Borges, Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal, Francisco Luis Bernárdez, Pablo Rojas Paz y Carlos de la Púa (conocido asimismo como el Malevo Muñoz), a debatir sobre poesía, con los también fogosos y jóvenes poetas platenses Panchito López Merino, Pedro Mario Delheye, Héctor Ripa Alberdi o Alberto Mendióroz.

A Carlos de la Púa, que era platense de nacimiento pero entonces afincado en Buenos Aires, lo traía Borges por la contextura física, típica de un estibador, y por su probada idoneidad para manejarse en las trifulcas propias de bares orilleros. De la Púa, autor de tangos, dejó para el recuerdo esta primera estrofa del poema “Lancalay”: “Vivió sacándole punta al coraje/ prepotente y cabrero/ le gustaba clasificar a los puntos del reaje/ y a los que no sabían guapear/ les ponía cero”.

JÓVENES Y MUJERES

Hasta el inicio de la cuarentena era ley que la tribu de los jóvenes debía salir de noche y recalar en las cervecerías. Son muchas las razones de esa opción y una de ellas es que los bares –como los diarios- han sido siempre matutinos o vespertinos. Ideales para mayores de 50, con síntomas de edad mayor.

Y como ahora todo tiende al cambio, parece que hay una revolución en el rubro gastronómico. Una cosa son las cadenas, las franquicias –dice el diario español La Vanguardia- y otra muy distinta el bar tradicional. Estos resisten, pero tienden a declinar; aquellos crecen. En este presente imperan estimulantes poderosos, como las redes sociales, como las promociones directas a través de la gestión digital. No deja de causar algún temor la débil artesanía heroica que oponen los viejos bares.

Afortunadamente existen las mujeres, que se han vuelto salidoras y que, para el Angelus, ocupan la mayoría de las mesas de los cafés. Inclusive invaden el turno nocturno, mientras los varones se eclipsaron del planeta. En bares y confiterías, a partir del atardecer son muchas más las mesas ocupadas por mujeres que por varones. Mujeres empoderadas por los bares o bares empoderados por mujeres, esa es la tónica. Claro que esto dejó de ocurrir en los últimos cuatro meses de ayuno y abstinencia de salidas.

El bar de la Estación supo ser un reducto de poetas porteños y platenses

 

EL CALOR DE LOS CAFÉS

La escritora J.K. Rowling era tan pobre que iba a buscar calor y espacio para escribir en el bar Elephant House, de la gélida ciudad escocesa de Edimburgo. Mal no le fue: allí gestó y compuso la saga de Harry Potter.

Se habla de un calor intelectual, como el de los bares bohemios de París. Se puede hablar del Café Procope, inaugurado hace 334 años (en 1686) y que sigue funcionando en el Barrio Latino o del Café de la Paix, frente al Teatro Opera, que tuvo siempre la virtud de que los parroquianos se creyeran allí como que están en el exacto centro del mundo, como escribió Azorín.

En cafés parisinos anduvieron dándole agitación y temas al mundo figuras como Salvador Dalí, Jean Cocteau, Scott Fitzgerald, Picasso, Hemingway, Henry Miller, Jean-Paul Sartre, Josephine Baker, Juliette Greco, James Joyce, Vladimir Nabokov y antes que ellos Rimbaud, Verlaine, Mallarmé, Víctor Hugo, Toulouse Lautrec, Modigliani, Van Gogh.

Otra ciudad “cafetera” y literaria es Dublin, con cuatro escritores nacidos en ella que recibieron el Nobel (Becket, Shaw. Yeats y Heaney) y por lo menos dos más que lo merecieron (Joyce y Oscar Wilde). Sobre los pubs o cafés de Dublin, Borges escribió: “Un estudiante de Dublín escribe una novela sobre un tabernero de Dublín, que escribe una novela sobre los parroquianos (entre quienes está el estudiante), que a su vez escriben novelas donde figurará el tabernero y el estudiante, y otros compositores de novelas sobre otros novelistas”. En los cafés de Irlanda todos escriben, todos leen.

BUENOS AIRES

Buenos Aires tiene también cafés inolvidables, algunos caídos, otros a puntos de caer. Hay nombres entrañables: Café de los Angelitos, Richmond, Florida Garden, Margot, Del Molino, Británico, London, Victoria o el Tortoni. .

Pero desde el punto de vista literario, ninguno daría la talla tanto como el Café Plaza Dorrego, ubicado en la esquina de Defensa y Humberto I, frente a plaza de San Telmo. Ese boliche antiquísimo sirvió como escenario para el reencuentro entre Borges y Sábato, después de haber estado distanciados por más de veinte años.

Convocados en enero de 1975 por el aplomado periodista Alfredo Serra –que escribió una nota sin posible olvido sobre aquella reunión- se firmó el armisticio entre esas dos lúcidas y difíciles personalidades.

La amable calefacción del pocillo en las manos; el silencio del amigo o sus palabras; las mozas y mozos que conocen al detalle los reflejos del cliente; el ruido de cucharitas, de bandejas y de diálogos perdidos en otras mesas; el paso de peatones y autos detrás de las vidrieras, el esperado diario de hoy. Es eso. Y es mucho más la oferta cotidiana de los cafés. A los que hace demasiado tiempo no se les puede decir “buenos días”.

 

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En los cafés de la ciudad se debatían pasiones e intereses / Pexels

Borges y Sábato en el famoso café del armisticio / gtza. Revista Gente

Los tiempos que se extrañan, dándose el gusto de un café / Pexels

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