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Turismo |LA CUNA DE LOS HABSBURGO

Viena: la ciudad que ama a Sissí

Se la conoce por su porte imperial y dicen que, además de ser su capital, es la perla de Austria. En sus calles se respira romanticismo y se siente la historia a flor de piel

Viena: la ciudad que ama a Sissí

La peatonal y al fondo el Palacio Hofburg

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

19 de Abril de 2020 | 06:24
Edición impresa

Una llamada telefónica, un mensaje, una conversación casual entre balcones tienen hoy un tema en común: el virus, ese visitante inoportuno que asola al mundo entero. También la hoja en blanco de quienes escribimos está tentada a convocarlo, pero vamos a hacer que pese más la esperanza que el desasosiego y que nuestras palabras sirvan para entretener al lector en este confinamiento indispensable.

Y, dado que ya nos hemos leído todas las noticias, hemos visto todas las series y hemos cocinado todos los bizcochos, es hora de comenzar a viajar. Sí, a viajar. A soñar despiertos con ese viaje que se frustró este año, que tampoco podremos hacer hasta recomponer nuestras economías, pero que algún día llegará. Y no es cuestión de que el destino nos encuentre desorganizados.

Así que, pasaporte de la ilusión al día y en la mano, hoy nos vamos a…Viena. La ciudad más imperial, la perla de Austria. Viena es romántica, legendaria, trágica; es opulenta y austera; es barroca y moderna. En ella brillaron los Habsburgo, una de las dinastías más poderosas de los siglos XVII, XVIII y XIX. Llegaron tan alto, que la caída, a principios del siglo XX, fue estrepitosa. Pero no arrastraron a la ciudad con ellos y aunque es una ciudad dura, en la que pueden verse consecuencias de la guerra, su orgullo la preserva. En sus palacios vivieron los personajes que serán protagonistas de esta historia.

La gran María Teresa, nacida en 1717, fue la única mujer que reinó en Austria por derecho propio. Era hija de Carlos VI, quien tuvo que sancionar un decreto especial ya que la ley impedía el acceso de las mujeres al trono. Eso sí, nunca fue emperatriz sino “rey”. Así, literalmente. Curiosamente, cuando se casó, fue su marido, Francisco Esteban de Lorena, quien recibió el título de emperador. María Teresa estaba profundamente enamorada de su esposo y era extremadamente celosa (dicen que con razón). Juntos tuvieron dieciséis hijos, la mayoría mujeres que le fueron muy útiles a la hora de buscar alianzas con otros países de Europa a través de sus matrimonios. La más famosa, sin suda, fue María Antonieta a quien María Teresa creyó “casarla bien” cuando la emparejó con el futuro rey de los franceses. Pero quiso el destino que tanto ella como su marido, el rey Luis XVI, terminaran en la guillotina como consecuencia de la Revolución Francesa. Pero a esa altura, María Teresa ya no estaba en este mundo para verlo.

María Teresa, nacida en 1717, fue la única mujer que reinó en Austria por derecho propio

 

Viena recuerda a María Teresa con una plaza que lleva su nombre y que tiene, en el centro, una monumental estatua de la monarca. Frente a ella están el Museo de Arte y el Museo de Historia Natural. Gratas compañías si tenemos en cuenta que fue una gran mecenas y que promovió el comercio y la agricultura. Incluso defendió la utilización de la innovadora vacuna contra la viruela, enfermedad que le había arrebatado una hija y una nuera.

Pero si de Viena se trata, la figura omnipresente en palacios, calles y souvenirs es la de Elizabeth, la emperatriz consorte que pasó a la historia como Sisí (o Sissí). Elizabeth había nacido en Baviera; su padre era un simple duque pero su madre era hija del rey y tía del emperador austrohúngaro, Francisco José. Un emperador que en 1853 tenía 23 años y buscaba una esposa con quien compartir alegrías y tristezas. Su madre, Sofía, que todo lo digitaba, consideró que sus sobrinas bávaras, criadas en la campiña y sin mucha experiencia, eran ideales porque las podría manipular a su antojo. Francisco José eligió de todas sus primas a Elizabeth, de solo 16 años. Al año siguiente se casaron y ella se convirtió en emperatriz consorte del gran Imperio Austro-Húngaro, el más poderoso de Europa.

Las cosas no fueron fáciles: aunque su marido la amaba, la influencia de su suegra era insoportable. Los hijos tampoco fueron motivo de felicidad ya que a medida que llegaban, Sofía se los llevaba a sus aposentos por considerar a Sissí demasiado joven e inexperta como para criarlos. Para colmo de males, en la única ocasión en que llevó a sus dos hijas mayores de viaje, una de ellas enfermó y murió. La emperatriz cayó en una profunda depresión solo apaciguada por sus continuos viajes a Grecia, a Portugal y a Hungría. Una vez que cumplió con la función de dar al imperio un hijo varón y heredero, se alejó de su marido para viajar por el mundo. Huía de esa Viena imperial y sofocante que hoy le rinde homenaje y la toma como uno de sus principales iconos.

Para conocer mejor esta historia entre trágica y romántica, nada mejor que visitar los dos conjuntos palaciegos de Viena: Hofburg y Schönbrunn.

Hofburg está en el centro histórico de Viena y es uno de los palacios más grandes de Europa. Es la residencia del presidente de la república y alberga tres museos: Apartamentos Imperiales, el Museo de Sissí y el Museo de la Platería de la Corte. Todos imperdibles. El más visitado es, por supuesto, el de Sissí. Se recorre en una hora, aproximadamente, y gracias a la explicación de la audioguía se comprende el espíritu de la emperatriz, sus razones y sinrazones, y el mito posterior. Se pueden ver cartas, artículos de tocador y ropa, pero lo más importante que deja su recorrido es la semblanza de esta mujer que nunca tuvo sosiego.

En los Apartamentos Imperiales se visitan las áreas de trabajo de Francisco José y, lo más interesante, el cuarto de su esposa con sus afeites, su gimnasio y su camilla para masajes. Modernísima para la época y muy bien equipada. Y es que Sissí tenía una obsesión enfermiza por la belleza física. Aunque era las tres cosas, nunca se veía suficientemente hermosa ni delgada ni joven.

Las estancias en las que se expone la platería y la vajilla de los Habsburgo son ideales para los amantes de la decoración y los objetos bonitos.

Dentro del mismo conjunto palaciego se encuentra la Biblioteca Nacional con su curioso Museo de Globos Terráqueos y la Escuela Española de Equitación que brinda a diario una muestra de cómo se entrenan los caballos lipizzianos; estas dos atracciones solo para fanáticos de estos temas.

El otro palacio imperial se encuentra un poco más alejado pero se llega fácilmente con la línea de subte U4. Schönbrunn Schloss era la residencia de verano de los emperadores y la preferida de Sissí. No es de extrañar: el palacio es enorme, suntuoso pero no opulento. La corte austríaca era poco afecta a la frivolidad y eso se nota en las habitaciones privadas por más oro y firuletes que haya en las paredes. Los salones oficiales como la Gran Galería de los Espejos, el Salón Chino Circular, muy utilizado por María Teresa, y el Salón Chino Azul son estilo rococó y mucho más cargados. De más está decir que todo se encuentra en perfecto estado de conservación y didácticamente explicado. Emociona pensar que por allí anduvieron caminando esos personajes históricos tan interesantes.

Pero si el palacio es bello, los jardines son fabulosos. Las ruinas romanas, la Casa de las Palmeras y, sobre todo, la Glorieta son algunas de las atracciones que albergan estos jardines del “Versalles vienés”, como se conoce a Schobrünn. La glorieta se encuentra a 800 metros en subida desde el palacio pero el esfuerzo vale la pena porque la vista es espectacular. Y además tendrán recompensa: Viena estimula los sentidos y cuando prueben la sachertorte o los apfelstrudel del Café Gloriette agradecerán esta crónica.

El cuarto de su Sissí tenía gimnasio y camilla de masajes. Muy moderna para la época

 

Y, para finalizar, si quieren sobredosis de Habsburgo, es interesante visitar la Cripta Imperial donde descansan los restos de María Teresa, Francisco José y Elizabeth, de sus hijos y del archiduque Maximiliano que llegó ser emperador de México. Tanto en su tumba como en la de Sissí la gente aún hoy deja flores, estampas, cartas. Una cripta que, valga la contradicción, es historia viva.

Decíamos que la ciudad estimula los sentidos y es que Viena tiene olor a café recién hecho. Imposible pasar por la puerta y no entrar al Café Central donde, desde su retrato en las paredes, nos observan Francisco José y Sissí, o al más adusto y señorial Café Landtmann, el preferido de Sigmund Freud cuya casa- museo se encuentra a pocas cuadras.

Y el romanticismo de Viena está en su música… Todo nos recuerda a Mozart quien triunfó en los grandes salones de los palacios. Cuenta la leyenda que Amadeus, aún niño, tocó para María Teresa, y que fue tal la fascinación del pequeño por la dama que, al finalizar el concierto, subió a sus faldas y le dio un beso. Hoy, caminando por el centro de Viena, ofrecen pequeños conciertos para el gran público en salones en los que dicen, ensayaba Mozart. Siempre es bueno ser turista ingenuo así que nada cuesta creerles y, por pocos euros, escuchar música barroca y algunos valses de Strauss. Debemos aclarar en este punto que Strauss era un gran mentiroso: el Danubio no es azul sino tan color león como nuestro Río de la Plata. Y, a decir verdad, su ribera y navegación no presenta demasiados atractivos.

Y, por último, si lo que quieren recrear es la vista, el Palacio Belvedere, un poco alejado del centro pero de fácil acceso, es un museo de arte que alberga pinturas austríacas de los siglos XIX y XX. En la exposición permanente del pintor Gustav Klimt, su obra El Beso tiene un lugar destacado.

Por supuesto que, como toda capital europea, Viena tiene su catedral, una peatonal con las mejores marcas, restaurantes de todas las etnias, una excelente red de transporte y muchas soluciones para el turismo. Y la gente es amabilísima. Es una ciudad rica en matices, amigable y fácil de recorrer. Si la estadía es breve conviene contratar el bus turístico que permiten bajar y subir cuantas veces se quiera en los sitios emblemáticos y, para estadías más prolongadas y viajeros muy curiosos, conviene sacar la tarjeta que, pagando una vez, permite la entrada a todos los palacios y museos.

Nos despedimos de Viena con ganas de más. Por ahora nuestros viajes serán virtuales y así los disfrutaremos.

“Si bien hemos enfrentado desafíos anteriormente, este es diferente. Esta vez nos unimos con todas las naciones del mundo en un esfuerzo común, utilizando los grandes avances de la ciencia y nuestra compasión instintiva para sanar. Tendremos éxito, y ese éxito pertenecerá a cada uno de nosotros. Deberíamos estar tranquilos y pensar que volverán mejores días: volveremos a estar con nuestros amigos; volveremos a estar con nuestras familias; nos volveremos a ver”. Nos apropiamos de estas palabras que la reina Isabel II dijo en su discurso del pasado 5 de abril para poner todas nuestras energías en cuidarnos, superar los desafíos y volver a abrazarnos. Le tomamos la palabra, Majestad, y miramos el futuro con esperanza.

 

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La peatonal y al fondo el Palacio Hofburg

Mozart en Viena

Imagen de la emperatriz Elizabeth en el museo de Hofburg

Elizabeth de Baviera, retrato del pintor Franz Xaver Winterhalter

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