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Madrazas de la corona: reinas y princesas que lucharon por sus hijos

La vida de quienes pertenecen a la realeza no es color de rosa como en los cuentos de hadas que siempre tienen final feliz. La historia de la monarquía de Noruega es una muestra de ello

Madrazas de la corona: reinas y princesas que lucharon por sus hijos

Foto de la familia real Noruega

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

18 de Octubre de 2020 | 07:31
Edición impresa

Si en nuestra anterior entrega les contábamos a nuestros lectores como había sido la Apertura de las Cortes en los Países Bajos en tiempos de pandemia, es el turno ahora de Noruega.

La 165 edición del Storting, como se llama este acto en el país escandinavo, es tan solemne como el holandés pero con menos boato. Se realizó el 2 de octubre pasado en una versión reducida en tiempo, forma y asistentes debido a la crisis sanitaria y con un protagonista inesperado: el príncipe Haakon. Por primera vez Su Majestad, el rey Harald V de Noruega no pudo asistir y tuvo que ser reemplazado por su hijo, el príncipe heredero.

Detrás de esa fachada de vikingo robusto y fuerte, Harald, de 83 años, tiene una débil salud. Este eximio deportista que llegó a ser olímpico en vela, ha entrado varias veces a quirófano en los últimos 20 años. Y, aunque es un roble que siempre se repone, esta operación del corazón parece muy seria al punto de que se ha anunciado que su hijo será regente del reino y asumirá sus responsabilidades.

Desde estas páginas le deseamos pronta recuperación y aprovechamos la ocasión para repasar la biografía de esta saga de reyes noruegos, una Casa Real que es la más nueva de la vieja Europa. De hecho tiene apenas 115 años, cifra que para los lectores jóvenes será un mundo pero que, en tiempos relativos de la Historia, es un abrir y cerrar de ojos.

A raíz de guerras y acuerdos por matrimonios concertados, Noruega, desde la Edad Media, había dependido de Dinamarca o de Suecia y, por lo tanto, el rey que les “correspondía” no era el propio sino de sus vecinos. A nosotros nos cuesta entender el concepto y nos parecería rarísimo que nuestro jefe de estado sea de otro país pero antes de que las naciones europeas se formaran tal como hoy las conocemos esto era bastante común.

En 1905 Europa era un polvorín y a la menor chispa hubiera estallado una guerra porque los países estaban tratando de ganar territorio y de demostrar poderío militar. La mayoría de ellos estaban gobernados por monarcas que eran primos entre sí y, como en toda familia, había locos, tontos y expectantes. El que los mantenía a raya era Eduardo VII, rey de Inglaterra, impulsor del famoso pacto “Entente cordiale” que garantizó la paz hasta 1914.

En este marco, cuando Noruega, gobernada por el rey Oscar II de Suecia, dijo que quería independizarse, todos auguraron una guerra sangrienta. Pero, aunque a regañadientes, llegaron a un acuerdo y el 7 de junio de 1905 Noruega se constituyó en reino independiente.

Como necesitaban un rey, le ofrecieron la corona al príncipe Carlos, segundo hijo del rey Cristian IX de Dinamarca quien contaba con dos ventajas: pertenecía a un país escandinavo y estaba casado con Maud, la hija menor de rey de Inglaterra. Y se sabe que nunca viene mal tener en suegro poderoso.

Pero Carlos no aceptó inmediatamente. Sabía que el sistema monárquico estaba comenzando a resquebrajarse y no quiso correr riesgos. Antes de aceptar pidió se legitimado por el pueblo noruego de modo que se realizó un referéndum y, con el 79% de votos positivos, los noruegos optaron por una monarquía en lugar de república.

Así es como Carlos y Maud se convirtieron en reyes. Se habían casado en 1896 cuando ella casi era una solterona. Tenía 26 años, era bastante desabrida y poco femenina al punto de que su familia la llamaba cariñosamente “Harry”. Aceptó la proposición de Carlos, que era su primo, luego de esperar durante años al amor de su vida, un príncipe alemán que nunca le dio bolilla. Se suponía que Maud y Carlos iban a fijar residencia en Copenhague. Pero como a ella le sentaba mal el clima danés y él estaba casi siempre embarcado, la joven se ausentaba de sus obligaciones como princesa danesa y seguía haciendo vida de soltera en Inglaterra. Hacia 1901 aún no tenían hijos y ella decidió probar los nuevos métodos de inseminación en el que estaban incursionando algunos médicos ingleses. Aunque haya algunos autores que hablan de que Maud fue inoculada con semen del facultativo que la atendió, esto nunca pudo probarse. Lo cierto es que en 1902, luego de un embarazo difícil y un parto complicado, la princesa dio a luz a su hijo Alejandro. El posparto tampoco fue fácil y Maud se quedó en su país de origen un tiempo más y recién volvió a Dinamarca cuando su hijo tenía nueve meses y ella hacía dos años que se había marchado.

Maud vivió un poco en la sombra y no muy querida por los daneses hasta que Carlos se convirtió en rey de Noruega con el nombre Haakon VII, siguiendo el numeral de los reyes vikingos de la Edad Media. Su hijo dejó de llamarse Alejandro y pasó a ser el príncipe heredero Olaf y Maud, aunque siguió llamándose igual, dejó de ser un patito feo y se convirtió en cisne. Ya era conocido su gusto por los corsés que le marcaban la cintura de una manera irrisoria pero a partir de su etapa noruega adquirió elegancia y sofisticación. Asombró con su vestido para la coronación, realizado en lamé dorado, diseñado entre Vernon, de origen inglés, y la casa noruega Silke. Como reina consorte fue famosa por no repetir vestidos y cambiarse hasta cuatro veces por día en la temporada de actos. Se decantaba por diseñadores británicos y franceses ya que los noruegos le parecían un poco pueblerinos. Y no solo su cintura era fina. Su cuello era interminable lo que le permitía lucir collares y chockers con elegancia. En la belle-époque la moda cambió radicalmente y pudo, por fin, hacer volar por los aires el corsé. Los vestidos lánguidos y metalizados le sentaban de maravilla y conservó su buena figura hasta su muerte, ocurrida en 1938 a los 68 años. Su esposo, el rey Haakon, la sobrevivió 20 años y afrontó con heroísmo la persecución de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Falleció en 1957 y fue muy querido por su pueblo a pesar de no haber nacido en Noruega ni haber aprendido nunca el idioma.

Haakon fue sucedido por su hijo Olaf quien había estado muy cerca de él durante toda la contienda. Olaf se había casado en 1929 con la princesa Marta de Suecia, cerrando así las heridas entre los dos países por el tema de la secesión. Cuando estalló la guerra, Marta se fue a vivir a Estados Unidos con sus tres pequeños hijos, Ragnhild, Astrid y Harald, y al poco tiempo de regresar a Noruega enfermó gravemente. Nunca llegó a ser reina ya que falleció en 1954. Olaf nunca volvió a casarse y fue un rey solitario hasta su muerte, ocurrida en 1991 a los 87 años.

Harald, el actual monarca, es el primer rey de Noruega nacido y criado en ese país. Vio la luz el 21 de febrero de 1937 y era el menor de tres hermanos pero como las mayores eran mujeres y regía la ley sálica, a la muerte de su padre se convirtió automáticamente en rey. Aunque no todo fue tan fácil: Harald estuvo a punto de renunciar a su derecho al trono por amor a una mujer.

Para los que piensan que las Letizias y las Máximas son las primeras plebeyas en acceder a las casas reales sepan que hubo una, muchos años antes, que les allanó el camino.

Cuando Harald conoció en un campamento de verano a Sonia Haraldsen se enamoró perdidamente pero nadie le dio importancia porque no parecía ser más que un romance adolescente. El tiempo fue pasando y cuando ambos tenían 20 años, el príncipe le planteó seriamente a su padre el deseo de casarse con esta plebeya, de familia burguesa dedicada al negocio de la moda. Al rey Olaf le pareció una idea espantosa y no solo lo mandó a estudiar al extranjero sino que se propuso buscarle novia entre las princesas europeas. El nombre que más sonó, según las crónicas de la época, fue el de Sofía de Grecia. Entre los jóvenes no hubo chispa porque Harald seguía enamorado de Sonia y Sofía prefirió a Juan Carlos, el futuro rey de España.

Diez años le llevó a Harald convencer a su padre y al Parlamento de que le dieran la autorización para casarse con su amada. Ella había sido enviada a Suiza, desde donde leyó sobre el incipiente romance de su novio y la princesa griega. Dicen que amenazó con suicidarse si no se arreglaba la situación. Es poco probable pero lo cierto es que enfermó gravemente y Harald corrió a buscarla, amenazó con renunciar al trono y logró, así, el consentimiento del Parlamento para la boda.

Sonia y Harald ya cumplieron 52 años de casados y se ve en ellos la misma complicidad ahora como entonces. Ella acompañó a su hijo a la apertura de las cortes hace unos días y se la veía apesadumbrada y emocionada a la vez.

Haakon, el buenmozo príncipe heredero, la tuvo mucho más fácil que sus padres cuando se enamoró. Y eso que, según los grupos más conservadores, su esposa no es ni será nunca la adecuada.

Mette-Marit Tjessem Høiby y Haakon se habían conocido, también, de adolescentes pero no fue hasta fines de los ´90, cuando ambos tenían 26 años, que comenzaron su noviazgo y, lo que escandalizó a algunos, su convivencia. Para colmo Mette-Marit era madre soltera y el padre de la criatura estaba preso por comerciar cocaína. Haakon y Mette-Marit se casaron en 2001 y tienen dos hijos: Ingrid Alejandra, su heredera debido a que se ha modificado la ley, y Sverre Magnus. Y aunque la princesa es algo delicada de salud y, dicen, bastante hipocondríaca, todo hace pensar que comenzará a tener mayor relevancia en los actos de estado mientras su marido sea regente.

La hermana de Haakon, la princesa Marta Luisa, tampoco ha elegido amores convencionales. Ari Behn, con quien se casó en 2002, fue un escritor y pintor de vanguardia, provocador y polémico. Tuvieron tres hijas y, aunque se separaron, mantuvieron una excelente relación hasta el lamentable suicidio de él en la Navidad pasada.

Marta Luisa está en pareja con Durek Verrett, un conocido chamán que brinda servicios de videncia, sanación y desbloqueo a clientes de alta gama como la actriz Gwyneth Paltrow. Del romance todos quieren sacar provecho y varios ex, tanto masculinos como femeninos, han salido a hablar (mal) del muchacho. Verret ha demandado pero la prensa amarilla no para de facturar con estos jugosos chismes. Mientras, los noruegos solo le han pedido a la princesa que no utilice sus títulos para promocionar los negocios de su novio ni el instituto para comunicarse con los ángeles que ha instalado en Oslo. ​

Después de esta semblanza los lectores se darán cuenta de que la imagen de fría y aburrida que podemos tener de la Casa Real de Noruega está equivocada. Aunque son los que menos aparecen en las noticias de nuestros medios, tienen una gran actividad. Incluso los reyes han visitado Argentina el año pasado y han quedado embelesados con las maravillas de nuestra Patagonia.

Noruega solo tuvo reyes hombres pero sus esposas han sido tan protagonistas como ellos y se han destacado especialmente en su papel como madres. La reina Maud puso su vida en peligro con tal de concebir; la princesa Marta tuvo que huir a Estados Unidos y separarse de su marido para proteger a sus hijos de los nazis; Sonia peleó para formar una familia, y Mette-Marit eligió seguir adelante con su embarazo a pesar de ser soltera, ha formado una familia ensamblada y está teniendo un importante papel en la formación de la futura reina de Noruega. Desde estas páginas brindamos un homenaje a ellas y con ellas a todas esas madres coraje que luchan por el bien de sus hijos. A todas ellas, feliz Día de la Madre.

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Foto de la familia real Noruega

La princesa Marta Luisa y su novio chamán

Boda de Olaf V y la princesa Marta

El príncipe Haakon y la reina Sonia en la apertura del parlamento el pasado 3 de octubre

Coronación de Haakon VII y Maud

Los reyes de Noruega, Harald y Sonia

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